“Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas…”
Así comienza a relatar Platón el conocido mito de la caverna. Platón, alrededor del año 400 a. C. ya imaginaba un lugar capaz de manipular la capacidad humana de aprender y conocer. El mito de la caverna es el inicio de libro VII de la República, donde Platón aborda el tema de la educación, de ahí que aluda a los niños. Reflexionando acerca de acontecimientos vividos recientemente ha venido a mis pensamientos este texto platónico.
Las últimas dos décadas han sido claves para la humanidad. La incipiente revolución tecnológica ha introducido en nuestras vidas elementos que permiten acceder a infinidad de contenidos de un modo inmediato.
Es relativamente sencillo equiparar los niños atados en la caverna de Platón a cualquiera de las personas que se ponen delante del televisor o de la pantalla de su ordenador, móvil o tablet. Tan sólo habría que matizar que algunas de las sombras que vemos reflejadas en la caverna/pantalla son ciertas y otras no lo son. De este modo, casi de un modo general, la humanidad estaría dentro de lo que Vázquez Montalbán denominaba caverna mediática.
Siguiendo con esta equiparación, aquél que hubiera salido de la caverna y hubiera adquirido consciencia de la verdad, “la luz del sol”, al volver a su anterior lugar y dialogar con sus antiguos compañeros éstos pensarían que lo que él percibe en el reflejo de la caverna está distorsionado. En este punto me gustaría detenerme en algo que dice Platón al hablar de ése que sale de la caverna. Cito: “Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de las chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes.”
Este párrafo pone de relieve dos cosas: La primera es que una vez ubicados en la caverna, a pesar de ser desligados de las ataduras que nos retiene en ella, hemos de obligarnos, o ser obligados, a levantarnos y a volver el cuello y a andar hacia la luz. De esto se deduce que la caverna es un lugar cómodo para nosotros, donde a pesar de las ataduras no sentimos la necesidad de levantarnos y girar la cabeza para mirar hacia la luz.
En segundo lugar, y tal vez por ello no tengamos la necesidad de levantarnos, hacer todo eso duele. Y no sólo duele, sino que además en un primer momento las chiribitas no nos dejaran ver nada y será tal nuestra confusión que probablemente pensemos que todo ese dolor es innecesario y que tras de nosotros no hay nada más.
Comprender esta equiparación, como decía antes, no requiere mucho esfuerzo. Sin embargo, uno tiene la impresión de que con los avances de la última mitad del Siglo XX hasta ahora la caverna que describía Platón ya no es la misma y que la caverna mediática de la que habla Vázquez Montalbán parece más bien una simplificación de lo que ha acontecido en todo este tiempo.
De este modo, si comparamos la forma de adquirir conocimientos hoy y la forma en que se adquirían entonces las diferencias son abismales. Es como si dentro de la caverna hubiéramos descubierto niveles subterráneos y nos hubiéramos adentrado en ellos. Una vez desatados, en lugar de darnos la vuelta y buscar la luz y, tras deslumbrarnos y sorprendernos al verla por primera vez y aguantar el dolor hasta adquirir una visión clara y nítida de lo que acontece, hemos seguido hacia adentrándonos en la caverna y hemos encontrado la manera de crear nuestra propia luz. Una luz que, al igual que la luz de la hoguera de la entrada de la caverna, es una luz artificial. Pero esta luz ya no es la de la hoguera que describe Platón, la hoguera sigue estando en su lugar y los objetos transportados por los hombres que están fuera de la caverna siguen reflejándose. Podría decirse que lo que ahora vemos son reflejos de los reflejos. Reflejos de lo reflejado que no por ello son más débiles, ya que hemos adquirido la capacidad de intensificarlos, concentrarlos, difuminarlos, hacerlos borrosos o incluso más nítidos.
Es por ello que no puede decirse que la luz artificial sea mala. No lo es. Los conocimientos que nos traslada la misma no son en sí mismos peores que los que traslada la luz del sol. Pero no es la misma. Tanto la luz natural como la artificial se pueden manipular, deformar, difuminar… lo mismo ocurre con sus reflejos, pero es mucho más sencillo manipular esta última. Y al estar nosotros dentro de la caverna no sabemos si la luz que permite que las sombras se proyecten está manipulada, desde cuándo lo está o si somos capaces de manipularla nosotros mismos si nos obligamos a levantarnos y a darnos la vuelta. Y he aquí el principal problema de la luz artificial, del mismo modo que la luz natural, deslumbra y desconcierta si la miras directamente. En el mito de la caverna Platón distingue entre la luz que arroja la hoguera y la luz del sol. En la actualidad contamos con muchas más luces artificiales que la que arroja el fuego. Hemos incrementado el número de galerías de la caverna y nos hemos adentrado en las mismas.
No creo aventurado decir que algunos están tan dentro de la cueva que nunca verán la luz del sol, no son pocos los que hemos nacido bajo los albores de esta infinitud de luces artificiales. Pero, más allá de eso, y volviendo a lo que nos dice Platón en su diálogo, la cuestión es que si en el mundo visible la luz del sol es la productora de la verdad y del conocimiento, en el mundo de lo inteligible la soberana es la idea del bien. En este punto yo me planteo que si tanto hemos sido capaces de alejarnos de la luz del sol, igualmente creo que lo hemos hecho de la idea del bien.
Para concluir quiero recordar algo que decía Javier Gomá hace poco “La filosofía es lo primero. Porque la economía satisface nuestros deseos, pero antes la filosofía -y la poesía- ha moldeado esos deseos”. ¿Queda hueco para la filosofía dentro de la caverna?