Archivo de la etiqueta: Filosofía

Un reto, una pasion, un objetivo

Un reto, una pasión, un objetivo.

Ruido. Se escucha mucho ruido. Palabras vacías que se repiten una y otra vez. No importa el día o la hora. No importa el lugar. Se han repetido tantas veces que han perdido el significado y pronunciarlas produce indiferencia o desconfianza.

De un tiempo a esta parte uno teme, al ver que la historia se ha repetido tantas veces, que el desarrollo de nuestro presente tendrá el mismo desenlace que nuestro pasado. Un pasado amargo y lánguido que parece que no termina de quedar en el olvido.

Vivimos tiempos complejos, los mismos que me trajeron a escribir a este blog hace más de diez años. Decíamos entonces que vivimos en un mundo donde todo va muy deprisa. Demasiado deprisa. Ahora parece que se ha detenido. Echando la vista atrás uno se da cuenta de que hemos avanzado menos de lo que cabría esperar. Quien piense lo contrario tal vez sea más optimista que yo.

El problema se encuentra en el hecho de que probablemente lo que yo entiendo como “avance” no tenga nada que ver con lo que piensa un buen número de españoles. De alguna forma, la brújula que llevamos dentro se atrofia a medida que sufrimos los embates de la vida.

Yo quería cambiar el mundo y me metí en política. Yo quería cambiar el mundo y abandoné la política. Las respuestas no están en la política y, mucho menos, en los políticos. Nos inducen a pensar que es así, pero no es cierto. Las respuestas están en cada uno de nosotros mismos. Yo no te puedo convencer de que te preguntes a ti mismo si lo que dice fulano o mengano es creíble. Desde luego que lo será si tú piensas que lo que dice fulano o mengano es verdad. Sin embargo, fulano y mengano han mentido tantas veces que deberías a preguntarte si lo que crees es porque piensas por ti mismo o están pensando por ti.

No es fácil pensar por uno mismo. Cuesta trabajo, mucho. Conlleva tiempo, mucho. Un tiempo que le quitas a tu familia, a tus amigos, a Instagram y a TikTok. Lo más difícil de pensar por uno mismo, sin embargo, no es nada de eso. Lo más difícil es tratar de encontrar los argumentos que justifican que los que piensan algo distinto a ti están equivocados. Sino los encuentras entonces debes repensar tus creencias. Sino te molestas en encontrarlos, eres poco más que una ameba.

Un reto, una pasión, un objetivo. No caer en lo que caen muchos otros. Demostrar con hechos los verbos que pronuncian mis labios. Algunas palabras se han repetido muchas veces, pero no se repiten lo suficiente porque parece que todavía no se entienden: Honor, valor, verdad, amor.

No importa cuántas veces se repita la historia mientras creas que tú estás llamado a cambiar su curso.

Un reto, una pasión, un objetivo. Haz que las tres cosas sean lo mismo y disfrutarás. Yo ya lo hago.

El futuro de la sociedad de consumo (III)

Si no te gusta el cambio, te gustará mucho menos la irrelevancia”. Eric Shinseki.

Hace cinco años, poco después de inaugurar este blog, escribía una sencilla reflexión con el estilo de un blogger novato que llevaba por nombre: ‘El futuro de la sociedad de consumo’. Mucho he leído y he aprendido desde entonces, y muchas de las cuestiones que me hacía en aquel momento de incertidumbre, donde la crisis parecía que se iba a llevar todo por delante, hoy parecen cuestiones obvias. Esta semana, sin ir más lejos, leía este artículo: La tormenta perfecta que sufrirá el empleo en cinco años, según los sabios de Davos. Curiosamente dentro de otros cinco años. No me considero sabio ni experto, y mucho menos entonces, pero es cierto que muchas de las preocupaciones que plasmaba en aquella sencilla reflexión se han confirmado. El mes que viene UBER pondrá en circulación 100 coches que conducen solos, y esta misma semana una Spin-off del MIT se le ha adelantado. Los artículos periodísticos que advierten de que hay muchas profesiones que llevan camino de desaparecer, gracias a la disrupción tecnológica, se leen cada vez más a menudo. Nuevas corrientes como la de la economía colaborativa se van abriendo paso como alternativas al capitalismo.

En cinco años, pese a la profunda crisis económica que vive todo el planeta, hemos asistido a multitud de revoluciones que están afectando a nuestro día a día de una manera totalmente desconocida hasta el momento. Parece como si existiera una necesidad imperiosa de seguir hacia adelante pero no parece muy claro que sepamos donde estamos ni hacia a dónde vamos. Y es que los problemas que es susceptible de generar una sociedad multicultural, integrada en un planeta que está poblado por más de 7.000 millones de personas, son multitud y todos ellos pueden ser solucionados de multitud de maneras diferentes, alimentándose la oferta de soluciones y con ello la posibilidad de acertar o de equivocarnos.

Pese a ello, la sociedad de consumo sigue amenazada de la misma manera que lo estaba hace cinco años. El 30 de octubre de 2011 se alcanzó la cifra de 7.000 millones de habitantes en nuestro planeta. Hoy somos 445 millones más de personas y las estimaciones de 9.000 millones para 2045 van camino de confirmarse. Estamos hablando de una fuerza laboral que no deja de crecer en un mundo, donde las condiciones necesarias para desarrollar las capacidades que demanda  el mercado de trabajo cambian de una manera notable cada cinco años o menos. Sin esas capacidades las personas no serán integradas en un mercado laboral que ya no tendrá cabida para muchos de los empleos que conocemos actualmente. las personas que no estén integradas en el mercado laboral serán personas que dependerán de las coberturas sociales, que a su vez dependerán de la distribución que se haga de la riqueza de otros. Asimismo, la falta de recursos limitará la capacidad individual de elegir entre las distintas soluciones existentes a los problemas personales que nos plantea la vida y con ello disminuirá su libertad. La mayor amenaza que acecha al capitalismo tal y como lo conocemos estriba en el hecho de que la revolución tecnológica puede dejar sin fuente de recursos económicos, a un gran número de personas.

No estoy añadiendo mucho a lo que dije en este blog hace cinco años diciendo esto. No obstante, transcurridos estos cinco años hoy podemos decir que compartir es la nueva ventaja competitiva. Y si partimos de esa premisa nos encontramos en un escenario donde la riqueza no va a estar totalmente representada por el número de ceros que haya en tu cuenta corriente o el valor de los bienes que tengas. La riqueza también va a estar representada por el número de personas que conozcas a los que les puedas ofrecer algo en lo que estén interesados y ellos te puedan ofrecer lo mismo a ti, de manera que adquirir no te suponga un coste mayor que el de producir lo que otros requieren. Es el famoso fenómeno de la economía colaborativa, cuyos efectos comenzarán a apreciarse en un mundo totalmente conectado a la red. Tal vez en 2020. Una economía colaborativa cuyos efectos han sufrido en primera persona los enciclopedistas que han visto como Wikipedia ha acabado con su profesión. Blablacar, Couchsurfing o Homeaway son modelos de economía colaborativa que están revolucionando sus respectivos sectores y cuyo máximo potencial se alcanzará cuando todos estemos conectados a la red y hagamos un uso inteligente de los recursos que están conectados a la misma.

¿Será suficiente la utilización inteligente de las nuevas tecnologías, por parte de los individuos, para contrarrestar la creciente desaparición de puestos de trabajo? En mi opinión no lo podremos saber si no apostamos por ello, y bajo mi punto de vista es una baza que deberíamos jugar. En la actualidad la información está al alcance de todos, aprender a procesarla y convertirla en conocimiento será la clave del futuro de la educación y de nuestra sociedad. Como dice uno de los vicepresidentes de IBM ‘Un adolescente medianamente capaz conectado a la nube cuenta con muchos más recursos y más información a su disposición que cualquier ingeniero que trabajara para una gran compañía hace diez años’. Capacitar a nuestros adolescentes para que hagan un uso inteligente de la tecnología que tienen a su alcance debe ser una meta superada en los próximos cinco años si no queremos que el problema arriba descrito condicione en exceso a las generaciones venideras.

Hombre, capitalismo y materialismo.

En 1896 Henry Ford, granjero de nacimiento, culminaba los experimentos que darían lugar a una de las mayores compañías automovilísticas de todos los tiempos. Que un hecho similar hubiera ocurrido en la España de finales del S. XIX, apenas dos años antes del aciago 1898, era de todo punto impensable. Las condiciones que se daban en la España de aquel entonces estaban muy alejadas de todo lo que tuviera que ver con una sociedad capitalista.US_$5_series_2003A_obverse
Ha pasado el tiempo y nuestro país ha vivido una transición que se desdeña de una manera preocupante. No nos damos cuenta de que hemos pasado de una sociedad claramente pre-moderna y arraigada en el poder de las grandes familias a una sociedad en la que han sido capaces de abrirse paso personas como Amancio Ortega, Juan Roig, Francisco y Jon Riberas (los dueños y gestores de Gestamp) e innumerables empresarios que en buena lid han sido capaces de generar un tejido empresarial totalmente nuevo en nuestro país.
Cabe pararse a pensar a qué es debido que un empresario que comienza fabricando albornoces en La Coruña sea capaz de crear un imperio como Inditex en la España de los 90 y junto con él afloran múltiples casos de éxito que generan cientos de miles de puestos de trabajo mientras que ello era prácticamente imposible pocas décadas antes.

Bajo mi punto de vista hay que buscar la razón de ello en diferentes causas: El talento individual de todos y cada uno de los empresarios, de todas las partes del mundo, que invierten su esfuerzo, sus recursos y su tiempo en alcanzar la meta que se han fijado. Y unas condiciones políticas, jurídicas y sociales que permiten que ese talento aflore y sea recompensado adecuadamente. En definitiva, algo con lo que contaban los EEUU en 1896 y de lo que carecíamos en España.
Uno podría recriminarme que simplifico en exceso, pero ocurre que durante el S. XX y lo que llevamos del S. XXI ha sido la sociedad capitalista por excelencia, los EEUU, la que ha logrado mantenerse como primera potencia mundial y la que en su seno sigue aflorando los inventos y la tecnología más revolucionaria de nuestro planeta. Y aunque la URSS compitió durante buena parte de la postguerra con el país Norteamericano, no debe olvidarse en lo que ha quedado la antigua Unión Soviética ni lo que había detrás del muro cuando éste fue derribado (para los escépticos aquí se puede leer una interesante evolución de lo acontecido en las sociedades capitalistas desde el comienzo de las mismas).
Lo que trato de poner de relieve es que, a pesar de lo que se escucha a diario, el capitalismo sí que pone en el centro a la persona. Y digo esto porque es en las sociedades capitalistas donde las personas que invierten su esfuerzo son recompensadas y donde somos cada una de las personas las que podemos sacar el máximo rendimiento a nuestras capacidades y a nuestro esfuerzo, en un entorno donde se presupone la igualdad de condiciones y donde las opciones que cada uno de nosotros tomemos en el mercado sean totalmente libres.
Y es que en definitiva, en una sociedad capitalista, el mercado es un simple instrumento del que hacemos uso todos y cada uno de los miembros de la sociedad, de manera que participamos en él tanto por el lado de la oferta como por el lado de la demanda. No es ningún ente ajeno a nosotros que tome decisiones con intención de perjudicarnos o de hacernos sufrir, lo que ocurre es que si uno acude al mercado de deuda y luego no paga el individuo que te ha prestado querrá que le devuelvan su dinero, como querríamos que nos lo devolvieran a nosotros.

Y sí, querido lector, no ignoro que el capitalismo es imperfecto. Es algo que llevamos décadas escuchando y no por ello deja de ser menos cierto. Algunos hablan de fallas de mercado, otros de capitalismo de amiguetes, de abusos de posición dominante, competencia desleal… Nada de esto deja de ser cierto y la cuestión estriba en cómo debe prevenirse o en su caso penalizarse; sin duda alguna a través de los medios que brinda el Estado de Derecho. Sin embargo, y tras una crisis como la que hemos vivido en nuestro país a lo largo de los últimos siete años, uno tiene la sensación de que ha existido algo más que una falla de mercado o un capitalismo de amiguetes. Es cierto que es lo que se denuncia con más vehemencia por parte de múltiples agentes políticos y todos tenemos más o menos identificados a los culpables de nuestros males presentes, lo cual no quiere decir que esa identificación sea correcta.
Si yo hubiera de atribuirle un defecto al sistema capitalista sería el de hacer al hombre en exceso materialista. El hombre de la sociedad moderna ha quedado totalmente desprovisto de person-110305_640espíritu y es únicamente lo material lo que guía su toma de decisiones. Probablemente como consecuencia de ese afán por hacernos valer en el mercado y de hacer valer nuestro peso en la sociedad mediante la toma de decisiones en ese mercado hemos ido marcando cada vez más nuestro individualismo, en definitiva desproveyéndonos de nuestra espiritualidad y a la postre de nuestra identidad. Y ello no es algo desdeñable, puesto que es precisamente la pérdida de identidad una de las razones que determinan que vivamos en una sociedad consumista como la actual.
Por lo tanto, cabe pararse a pensar más allá de lo evidente y de lo que todos somos capaces de ver. Hasta la fecha las alternativas al sistema capitalista se han revelado como un rotundo fracaso generando sociedades de individuos despersonalizados, oprimidos y subyugados a un ideal loable a la par que inalcanzable. Las imperfecciones del capitalismo existen pero son susceptibles de corregirse con los mecanismos jurídicos adecuados. Pero ¿qué ocurre con esas imperfecciones que no cabe corregir con normas jurídicas? ¿Qué sentido tiene poner a la persona en el centro del sistema cuando lo que ocurre es que esa persona ha perdido su identidad por falta de interés en su espiritualidad?
Se presenta pues un dilema entre la despersonalización impuesta por el poder de los sistemas comunistas y socialistas y la despersonalización a la que arrastra un sistema que permite alcanzar las mayores cotas de éxito personal y profesional. En mi opinión el dilema entre uno y otro sistema no debiera existir, de hecho ni me lo planteo, lo que ocurre es que actualmente sí que está presente en nuestra sociedad, ya sea porque no vemos más allá de lo evidente, ya sea porque preferimos no hacerlo.

Honestidad, disonancia cognitiva y política.

Hace algunas semanas leía un artículo que me pareció excelente. Su autor, Aleksander Kwasniewski fue presidente de Polonia entre 1995 y 2005 y habla de un valor, la honestidad, del que rara vez se oye hablar.
La falta de honestidad, de sinceridad con nosotros mismos, es algo que está estrechamente relacionado con la denominada disonancia cognitiva. La disonancia cognitiva, cuyo concepto fue formulado por Leon Festinger, alude al esfuerzo que hace una persona para generar ideas y nuevas creencias (en definitiva excusas) para reducir la tensión que se ha generado en su interior como consecuencia de una incoherencia interna, de una disonancia que sufre esa persona. Podría decirse que la disonancia cognitiva es el resultado de haber sido deshonesto y como consecuencia del desasosiego que ello nos produce tratamos de auto convencernos a nosotros mismos de que en realidad no hemos actuado tan mal o de que incluso estamos haciéndolo bien.
Este comportamiento que en la vida cotidiana puede tener resultados nefastos para el individuo multiplica sus efectos exponencialmente cuando el que padece esa disonancia cognitiva es un gobernante. El empeño de algunos gobernantes de justificar a toda costa e incluso de forma chulesca, políticas que son radicalmente opuestas a las que se comprometieron revela un patrón de comportamiento propio de alguien que padece esta clase de disonancia. Esto es lo que podría pensarse si partimos de una postura ingenua y consideramos que en realidad dichos gobernantes actúan de buena fe.

Pero la falta de honestidad no tiene porqué guardar relación con la disonancia cognitiva. Como indica el expresidente polaco podemos encontrar diversas clases de políticos deshonestos: El que es, ha sido y será deshonesto siempre, a éste no le afecta ninguna clase de disonancia cognitiva alguna, es un político que está ahí para “forrarse” y no persigue satisfacer otro interés que el suyo propio ,el clásico “jeta”. Alude también a los políticos torpes, a los jugadores y a los alborotadores. Los adjetivos que acompañan a esta clase de políticos deshonestos les describen por sí solos. Basta con pensar un poco para identificar en nuestro arco parlamentario a algunos de ellos. Incluso en más de uno se pueden encontrar las tres clases de deshonestidad. Se añaden otras clases de políticos deshonestos, como el “operador” al que se le critica porque carece de visión de conjunto o al cobarde que se achica ante la responsabilidad.
Es obvio que en política, tal y como se plantea en la actualidad, es extremadamente difícil ser honesto. Pero no toda deshonestidad resulta igual de dañina. En este sentido cabe hacer referencia a que la honestidad llevada al extremo puede incluso resultar dañina. Así, cuando se habla de honestidad moral, el ser radical en estos aspectos puede llegar a ser contraproducente para los intereses generales. Es aquí donde entra la distinción que hacía Kant entre el “moralista político” que busca forjar a moral a través de la política según las necesidades de la política. Piénsese por ejemplo en las banderas electorales que agitan derecha e izquierda en nuestro país, es tan moralista el político que está en contra del aborto como el que pretende que sea libre, porque al fin y al cabo se está apelando a la moral individual de las personas para que inclinen su voto en un sentido u otro. Eso es deshonestidad política y es utilizar como arma política algo que es exige el más profundo y serio de los debates, a fin de cuenta hablamos de vidas humanas.
Kant contraponía al “moralista político” la figura del “político moral”, es decir aquel político que huye de hacer electoralismo con cuestiones morales pero que no cae en la ingenuidad moral, esto es que no deja de defender aquello que considera que es justo en aras del interés general.

El problema radica en determinar en qué consiste ese interés general. Considero que en España los ciudadanos hemos sufrido tal deshonestidad por parte de nuestros políticos que la disonancia cognitiva que pudiera haber afectado a algunos de ellos ha alcanzado a gran parte de nuestra sociedad. Es lo que algunos llaman el hooliganismo político o el justificar lo que hace mi partido porque le he votado o le pienso votar. Es por ello que a medida que se intensifica la tensión entre los partidos políticos también se intensifica la tensión entre la ciudadanía. Se trata de una suerte de polarización de la que son conscientes los propios partidos y hasta somos capaces de ver como ellos mismos tratan de suavizar la tensión. ¿Es ello un acto de deshonestidad? ¿Si la tensión es real por qué la disimulan? La respuesta podría encontrarse en que están perpetrando una deshonestidad mayor aún: su voluntad de perpetuarse en el poder a costa de seguir siendo deshonestos con los votantes.
La cuestión que estamos abordando tiene una vertiente que solemos ignorar y precisamente tiene que ver con la propia honestidad ¿Cuán honestos somos con nosotros mismos? ¿Cuán honesta es la opinión pública? ¿Cuán de honestos podemos presumir que somos? Anteriormente refería que podría ser probable que la disonancia cognitiva podía haber alcanzado a gran parte de nuestra sociedad porque aquélla había podido afectar a algunos de nuestros políticos como consecuencia de su deshonestidad, pero ¿Y si fue justo al revés? ¿Y si la nuestra fuera una sociedad deshonesta? Prefiero huir de afirmaciones taxativas y considerar que es posible que se hayan dado los dos supuestos.

Ser honesto con uno mismo significa tratar de dar respuesta a esas preguntas incómodas que preferimos no hacernos a nosotros mismos. Consiste en dar respuesta a esas preguntas y preguntarnos porqué damos esa respuesta y no otra. Ser honesto con uno mismo es más difícil de lo que parece en un entorno donde el relativismo impera y donde tiene poca importancia hacer cosas totalmente opuestas ya que la consecuencia de actuar bien o mal es idéntica. Únicamente si somos honestos con nosotros mismos podremos evitar caer en la disonancia cognitiva. En caso contrario podremos buscar todas las excusas que queramos, podremos dar miles de justificaciones, pero en el fondo la verdad siempre estará ahí, tratando de ser olvidada.