Como pollos descabezados.

Eso es lo que parecemos ahora mismo la gran mayoría de los españoles. Corremos sin un destino específico. Corremos y corremos sin detenernos ni un solo segundo. Nuestra carrera no es la de un atleta al uso, claro está. Más bien es la antítesis de la misma.
Nos encontramos sentados frente al televisor, el ordenador o incluso rodeados de un grupo de amigos tomando una cerveza y no paramos de correr. Corremos entre noticias, rumores, difamaciones, opiniones, decisiones judiciales, declaraciones oficiales… El goteo incesante de todas ellas nos complica mucho la tarea de detenernos a analizar toda la información que se nos arroja, abusivamente diría yo, a diario. Es tal la intensidad informativa que parece preferible correr cada vez más rápido y llegar al próximo acontecimiento que decante nuestra opinión en un sentido u otro. O más bien la confirme, ya que en multitud de casos tenemos una idea preconcebida.
¿Por qué corremos? ¿Somos incapaces de detenernos y ponernos de acuerdo para correr todos en una dirección que detenga toda esta vorágine? ¿No nos damos cuenta de que si seguimos corriendo no llegaremos a ningún sitio?
A veces parece que la dichosa sociedad de la información tiene como contrapartida la anulación de la iniciativa intelectual más allá de la esfera personal. Puedo contar con los dedos de una mano a la gente que conozco que es capaz de formarse una opinión propia sobre cualquier asunto de relativa trascendencia. Lo habitual es encontrarse o bien una reproducción de la opinión del tertuliano de turno, o, si el tema no ha salido en los medios masivos y adolece de cierta complejidad, un silencio sepulcral.

Esta semana está de moda poner a los políticos a caer de un burro. “Rajoy tiene que dimitir” y preguntes donde preguntes te dirán “sí, tiene que hacerlo”. Yo me pregunto “¿Y luego?” “¿Qué va a cambiar la dimisión de Rajoy?”. No habrá tiempo de preguntárselo porque para entonces nos bombardearán con el tema del sucesor, la sucesora, la oposición, el impacto de la decisión en la economía y demás asuntos que, lo que en realidad hacen, es esconder el problema de fondo que tenemos en España: Seguimos el dictado de los acontecimientos que otros programan o inician. Somos incapaces de correr en la misma dirección para acometer un verdadero cambio.
En esta tesitura de carreras frenéticas encontramos diversos grupos de personas-corredores, sin ánimo de ser exhaustivo me referiré, a bote pronto, a los siguientes:

– Algunos prefieren seguir el dictado de los dirigentes de turno, porque confían en ellos. O simplemente porque el dirigente de turno es el de su cuerda. “Prefiero al mío que a los otros”. Su iniciativa política suele ser nula. Afiliados, simpatizantes, militantes… el espíritu crítico, si alguna vez lo tuvieron, está silenciado por el aparato político de turno.
– Otros son partidarios de pasar por la guillotina a toda la clase política como si esa fuera la solución a los males de una sociedad que está enferma. Siempre lo he pensado: Los políticos son el reflejo de una sociedad. Si los políticos son malos es porque la sociedad permite que estén ahí. La excusa favorita de los partidarios de esta «solución» es que el sistema impide la llegada de gente nueva y distinta. Como si pasar por la guillotina a los que hay ahora fuera algo de lo más innovador.
– Similares al grupo anterior son los que integran el grupo de que la instauración de un nuevo orden democrático-anticapitalista será la panacea. III República, salida de la UE, o imitar el modelo cubano son sus preferencias. Normalmente no me detengo en explicar porqué esta alternativa me parece nefasta y hoy tampoco lo haré. A los hechos de la historia reciente me remito.
– Los neutrales. Esos a los que les importa poco ocho que ochenta. “¿Qué le vamos a hacer?” o similar es la respuesta que dan a cualquier cuestión que les plantees. En general está integrado por las generaciones más jóvenes. Sin duda alguna el grupo más maleable en momentos críticos. Producto de la LOGSE y posteriores desastres educativos han sido educados para que su capacidad intelectual no les permita ir más allá del mensaje más básico llegado el momento oportuno.
– Y por último, aquellos que tratan, como buenamente pueden y saben, de detener a todos los que corremos sin cabeza de un lado para otro, para orientarnos, y orientarse ellos mismos, en la dirección correcta. La principal virtud de los integrantes de este grupo es que ni ellos mismos saben que es lo más adecuado en un futuro inmediato, pero entienden que la mejor manera de determinarlo es pensándolo y decidiéndolo todos juntos, de una manera distinta a la que se supone que lo estamos haciendo en los últimos tiempos. Es el grupo de los que se han molestado en tratar de identificar los males que padece nuestra sociedad en general y nuestro sistema político en particular. Es el grupo de los que tienen la consciencia de que esto no se arregla pasando por la guillotina a toda la clase política, ni cambiando al presidente del gobierno, ni tampoco limitándonos a esperar a que venga alguien con una idea nueva. Nos dicen que las ideas nuevas tienen que partir de nosotros mismos y es nuestro comportamiento el que debe mostrar esa verdadera voluntad de transformar el conjunto de la sociedad. El cambio empieza por uno mismo, y eso implica implicarse, implica formar parte de algo que crezca con nuestras inquietudes, preocupaciones, aportaciones y con nuestro trabajo, no necesariamente remunerado. Dar forma a nuevas alternativas que no tienen por qué ser exclusivamente políticas.

Puede que algunos me digáis: “Yo no conozco a nadie del último grupo”. Lo cierto es que yo conozco a algunos, están ahí, pero no es fácil encontrarlos. La preocupante realidad es que tú no quieras formar parte de ese grupo y prefieras seguir corriendo como un pollo descabezado.

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