Un año para recordar

«Año bisiesto, año siniestro». Mi abuelo solía decir esto cada vez que febrero tenía 29 días. 2020 ha sido un siniestro total. Un microorganismo ha puesto contra las cuerdas a toda la humanidad y se ha llevado por delante muchos seres queridos y, junto a ellos, un modo de vida que termina y deja paso a uno que venía abriéndose camino desde hacía varias décadas. El mundo analógico agonizaba y el COVID-19 ha venido para rematarle.

Hoy escribo esta entrada para hacer un balance personal de lo que para mí ha sido el año 2020. Me apetece plasmar el agradecimiento que siento por todo lo que ha pasado en mi vida en este año aciago para muchos. Tengo razones para estar agradecido a pesar de que también me han pasado cosas malas, pero precisamente han sido esas cosas las que me han hecho tomar decisiones que me han llevado a un momento de felicidad que no había vivido nunca antes. No ha sido fácil y, desde luego, nunca podría haberlo hecho solo.

Ayer le decía a un amigo que pensara en cómo estaba el año pasado y analizara si, un año después, estaba mejor o peor. Su respuesta fue algo así como: «ya… visto así…». Para eso está el calendario, contesté. Normalmente el calendario lo utilizamos para planificar todas las cosas que están por venir. Solemos ignorar las que hemos dejado atrás. Hacer retrospectiva ayuda a darse cuenta de aquello en lo que has fallado, en lo que has acertado y qué cosas tienden a repetirse. Echando la vista atrás, hace un año no tenía razones de peso para quejarme. Los que me conocen saben que soy una persona ambiciosa e inconformista y soy consciente de que siempre voy a encontrar razones para no estar satisfecho del todo. Sin embargo, hace 366 días estaba satisfecho con lo que hacía.

Al comenzar el 2020 hice el mismo balance que estoy haciendo ahora. Lo hice un poco más tarde de lo normal porque a final del año pasado tuve bastante trabajo y necesitaba desconectar. Al realizar dicho balance me di cuenta de que algunas piezas necesitaban alinearse para dar respuesta a las inquietudes que me acompañan desde hace varios años: ser mi propio jefe y hacer algo que esté alineado con mi manera de entender las cosas. Las semanas del del 2020 comenzaron a transcurrir y mi sensación de satisfacción se desvanecía. Las decisiones que tomamos no son las únicas que no afectan, y las decisiones que se estaban tomando en mi entorno me indicaban que algo no funcionaba. En estas llegó el COVID-19.

El confinamiento fue duro porque hacer lo que me pedían que hiciera era resignarme a hacer algo en lo que no creía. En todos los sentidos. El confinamiento acabó con mi fe en todo menos en Dios, en mi familia y en mí mismo. Hasta entonces, en lo profesional, siempre había estado esperando a que algo o alguien interviniera, intercediera o detonara los acontecimientos de manera que yo pudiera actuar. Después de mucho meditar y hablar con mi mujer y con mis padres inicié mi andadura en aquello a lo que había animado a muchos anteriormente: monté mi propia empresa: Emotionhack.

Al mismo tiempo que negociaba con mis socios también negociaba con el que estuvo a punto de ser mi socio en otra sociedad. En esos momentos, mis decisiones eran las que afectaban directamente a todo lo que iba a ser mi futuro de forma radical por primera vez en mucho tiempo. Era ilusionante, excitante y verdaderamente arriesgado. Mi entorno no entendía muy bien lo que ocurría y yo tampoco tenía tiempo para explicar las cosas en detalle. Las cosas iban muy rápido, llegó nuestro primer briefing y después, algo más pequeño, el segundo. Las propuestas y las métricas de la otra empresa donde trabaja eran prometedoras y la sensación era de felicidad aunque con cierta cautela porque la crisis se anticipaba muy grande. Era finales de junio y tan sólo había pasado un mes desde que había anunciado en mi anterior empresa que me iba.

La doctora me mandó directamente a urgencias tras palparme el cuello. Hacía unos días me había detectado un bulto debajo de la mandíbula mientras me afeitaba y llamé al ambulatorio. Me pidieron que fuera a recoger un volante para hacerme unas pruebas. Por razón del COVID un proceso de incertidumbre de varios meses y con multitud de pruebas se concentró en 12 horas. En urgencias la analítica confirmó que no tenía ninguna infección. Después de ser examinado por tres doctores el diagnóstico parecía reducirse a una sola opción: Un tumor. Llegué a casa después de medianoche sin saber muy bien qué añadir a la llamada telefónica que había tenido minutos antes con mi mujer. Nos abrazamos preocupados y esa fue la última vez que dejé que el miedo a esa pelota redonda que tenía debajo de la mandíbula me paralizara. Dos semanas después me confirmaron que la tumoración era benigna y que con una sencilla operación todo quedaría solucionado. Seguimos.

Esa misma semana firmamos en el notario la constitución de Emotionhack. El día de la firma una llamada inesperada se tradujo, en apenas 2 semanas, en una oferta de trabajo como director de Estrategia de la Fundación Universidad-Empresa (Universidad+Empresa es como me gusta a mí) y un nuevo horizonte que conectaba con buena parte del trabajo que llevo haciendo en el ámbito del talento y de la academia durante los últimos años. Mi mujer no quería ni oír hablar del tema. Mis socios menos.

Aceptar o rechazar la oferta no fue algo sencillo. Tomar una decisión de ese calado después de haber tomado recientemente decisiones de calado idéntico es algo que no suele ocurrir. Y menos en tiempos de pandemia. De alguna forma la vida me estaba poniendo a prueba y el tiempo para meditarlo era algo de lo que no podía abusar. Tomar decisiones implica ganar y perder y hay algunas pérdidas que te acompañan siempre. En esta ocasión confieso que he ganado mucho, la gente que me quiere dice que estoy recogiendo el fruto del trabajo previo, pero me llevo una pérdida de esas que no puedes describir con palabras. Julio de 2020.

Agosto dio tregua. Disfrutar de la familia fuera de casa, aunque sin hacer las locuras que muchos españoles han protagonizado este verano, fue como despertar de una pesadilla leve sabiendo que comienza el día y que tienes la energía y la fuerza para llevarte por delante lo que te echen.

Todo lo que ha venido después se podría resumir en palabras como: aprendizaje, realización, plenitud, satisfacción, orgullo, cautela o humildad. Firmar un contrato con una multinacional es algo que nunca había hecho antes de 2020. Ser el responsable de fijar la estrategia de una de las fundaciones más antiguas de España para estrechar los lazos entre la Universidad y la Empresa es algo que me motiva e ilusiona.

2020 será un año para recordar porque es el año en que confirmé que el trabajo duro y el esfuerzo tienen su recompensa. Que ser honesto y transparente suele llevar aparejado un precio que pocos están dispuestos a pagar pero que si lo pagas, el retorno que obtienes compensa con creces. Que formar tu propia familia exige dar lo mejor de ti mismo y que cuanto más des más recibes.

2020 se ha llevado muchas cosas de mi vida. Lo recordaré con especial cariño precisamente por eso. Ha dejado espacio a las que de verdad importan.

Deja un comentario