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Talento, empleo e impacto en la era digital

Cuando hablamos de desarrollo del talento debemos tener en cuenta las tendencias archiconocidas por todos: la era digital va a traer muchos cambios en el mundo del empleo. Son de sobra conocidos los informes de grandes consultoras que hablan de un gran número de empleos que van a desaparecer. Sin embargo, hay voces que ponen de manifiesto que no estamos ante algo nuevo, de hecho estamos asistiendo a un fenómeno que ha tenido lugar desde la antigüedad. James Bessen, autor del libro “Learning by doing” defiende que la tecnología ha automatizado el trabajo desde la edad antigua. Debemos darnos cuenta que el número de puestos de trabajo crecerá en la medida que haya puestos de trabajo sin cubrir, y, precisamente esto, es lo que se está comenzando a producir en nuestro mercado de trabajo. Basta con poner un ejemplo reciente, el pasado mes de octubre la Fundación COTEC (Fundación para la ciencia y la innovación) publicaba un informe sobre el Internet de las cosas (IoT por sus siglas en inglés). Dicho informe pone de manifiesto que la mayor parte de las empresas de nuestro país se están preparando para la revolución del IoT y que demandan perfiles que tengan competencias que permitan cubrir sus necesidades. Al famoso Data Scientist se unen el diseñador de circuitos, programadores, especialista en autocad, ingenieros de ciberseguridad o desarrolladores de GPS entre los puestos que se van a demandar próximamente.

Este informe también recoge que en España sólo podemos encontrar cuatro títulos de posgrado que abordan directamente la materia del IoT, aunque omite MIOTI, que es instituo del internet de las cosas que se encuentra en The Cube, Madrid. No se desesperen, en Europa únicamente cinco países, me temo que tras el Brexit únicamente serán cuatro, cuentan con grados especializados en IoT. Dos de ellos Reino Unido e Irlanda.

La situación actual es una oportunidad inmejorable para tomar la delantera. Nuestro país cuenta con un 38,2% de paro juvenil de acuerdo con los últimos datos oficiales y una tasa de desempleo total del 16,7%. Al mismo tiempo contamos con una creciente demanda de puestos de trabajo que las empresas son incapaces de cubrir ¿A qué esperamos para formar a una masa laboral que pueda cubrir tal demanda? ¿Cómo se hace esto? En primer lugar, hemos de ser conscientes de que en la situación actual los cambios se producen de forma rápida y no estandarizada. Ello obliga a que los trabajadores deban convertirse en aprendices constantes. Pero, en esta tesitura la escuela no puede ser una universidad oxidada que tiene que ajustarse a los rígidos criterios de una ANECA decimonónica. Tampoco podemos esperar que la situación mejore cuando los empresarios demandan títulos oficiales que acrediten que los empleados tienen la experiencia requerida. Hay que buscar una fórmula nueva, una fórmula que las empresas más jóvenes están adoptando y que están permitiendo ganar terreno a pasos agigantados frente a las grandes corporaciones. Esta fórmula no es otra que el “learning by doing” que promueve James Bessen. Convendría reformar nuestro sistema de Formación Profesional, que fue diseñado para la era industrial, y adaptarlo a la era digital. Una era digital donde lo importante es adquirir una serie de competencias y donde éstas no quedan acreditadas por un título que otorga una institución sino que quedan acreditadas cuando una persona es capaz de programar una página web que reúne los parámetros demandados y esta puede ser visitada por todo el mundo. Aprovecho para proponer que se saque de la reforma educativa el pacto por la Formación Profesional para que por lo menos avancemos algo en lo que a educación se refiere en este país. Tal vez en algo menos ideológico como es la Formación Profesional nos llevemos una grata sorpresa y los agentes sociales se pongan de acuerdo para acometer con éxito una necesidad urgente.

Pero esto va mucho más allá. La cuestión no radica sólo en adquirir capacidades digitales que nos permitan entender la nueva forma de funcionar de los dispositivos que nos rodean. Las interacciones y la forma de comunicar entre los seres humanos está cambiando. Los líderes del mañana transmitirán su carisma a través del smartphone y no de la televisión. Serán sus habilidades sociales las que trascenderán más allá de sus habilidades técnicas. El Foro Económico Mundial enumera las diez competencias que necesitarán los líderes del futuro: Capacidad de resolver problemas complejos, pensamiento crítico, creatividad, gestión de personas, capacidad de coordinarse con otros, inteligencia emocional, toma de decisiones, orientación al servicio, negociación y flexibilidad cognitiva.

El rol de las denominadas soft skills va a jugar un papel determinante y eso es lo que tratamos de transmitir desde Celera. En la actualidad no damos valor a las cosas que realmente importan porque nos hemos acostumbrado a obtenerlas de forma inmediata. El cambio que se ha producido en la forma de interactuar los unos con los otros y, el dar por hecho cosas que hemos tardado años en asegurar, hacen que tengamos una percepción distorsionada de la realidad. Esa percepción distorsionada aderezada por el ansia de obtener las cosas de forma inmediata está matando los valores del esfuerzo y la paciencia de nuestros jóvenes. Lo presencio a diario en Celera, por un lado tengo a dos ingenieros aeronáuticos que están investigando propulsores de plasma y que esperan resultados en un plazo de 2 o 3 años en el mejor de los casos, por otro,  jóvenes de 23 años que a pesar de su enorme talento son incapaces de darse un año para medir los resultados de su trabajo. De su impacto, como les gusta decir a ellos.

Personalmente me he encontrado en esta situación. Como he explicado en este blog alguna vez yo también me considero un millenial y, sinceramente, también he tenido la inquietud de no estar haciendo lo que se espera de mí, de no estar logrando ese famoso impacto. Hace un año alguien me hacía la siguiente pregunta: ¿Qué es lo que te gusta hacer? La respuesta era que ya lo estaba haciendo. Fue entonces cuando recordé una de mis citas favoritas. Es una cita que recuerdo con frecuencia desde que vi la película Gladiator allá por el año 2000. Si habéis visto esa película recordaréis que, al inicio de la misma, Máximo se dirige a sus tropas antes de la batalla con los germanos. En su arenga Máximo habla de la muerte -¿quién habla de la muerte o de la trascendencia en la actualidad?- y en un momento determinado Máximo pronuncia las siguientes palabras: Lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad. Fue al conectar mi respuesta con la cita de esa película cuando me di cuenta de que el dichoso impacto que buscamos, esa idea que tenemos de mejorar nuestro mundo y nuestra sociedad no va a verse en el corto o en el medio plazo. Únicamente la suma de todos nuestros actos y las consecuencias de los mismos traerán dicho cambio. Y eso lleva tiempo, a veces lleva una eternidad, pero es ahí donde resonarán nuestros hechos, es ahí donde lo que hagamos todos y cada uno de los días que vivamos podrá verse.

Acelerando el fracaso

“Failures are finger posts on the road to achievement.” – C.S. Lewis

El azar del destino me ha llevado a pasar de llevar una vida rutinaria y metódica – los que leéis mi blog desde hace años sabéis que las oposiciones han ocupado un buen número de años de mi vida – a llevar una vida ‘acelerada’.

Acelerada en muchísimos sentidos. Pero hoy sólo os voy a hablar del aspecto profesional. Durante los dos últimos años he tenido el privilegio de trabajar como director: en primer lugar, del Instituto Europeo para el Emprendimiento (creedme allí, como a mí, también les da tirria la palabra ‘emprendimiento’), una aceleradora de Startups y, actualmente, en Celera, una asociación sin ánimo de lucro que nació hace tres años con la misión de acelerar el talento en España centrándose exclusivamente en la persona, independientemente de su trayectoria.

Mi posición como directivo me ha llevado a tratar de profesionalizarme al máximo. Aplicando la metodología y el rigor que todo opositor se ve obligado a interiorizar, he confirmado infinidad de cosas que antes apenas intuía. Y es que, la intuición es el primer paso hacia la aceleración. Dejarse guiar por la intuición que tenemos acerca de algo y vislumbrar que esa intuición es acertada te empujar a querer llegar antes al punto donde la misma queda confirmada o descartada. Independientemente del resultado que obtengas, eso te permite pasar a otra cosa. Y seguir. La rapidez con la que se produce este proceso depende del entorno en el que uno se sitúe. Cuanto mayor sea el confort en el que te encuentres más tardarás en completarlo. Una buena aceleradora, ya sea de startups o de talento, buscará hacerte sentir lo más incómodo posible. Sólo así serás capaz de validar si tu intuición, idea, modelo de negocio, meta… es la acertada o no.

Existe cierto consenso en relación a las aceleradoras de startups. En primer lugar, todos estamos de acuerdo en que aparecen como setas. Muchos hablan de burbuja cuando se refieren a este fenómeno. En segundo lugar, parece que las métricas que hacen a una aceleradora exitosa es el número de startups con éxito que son capaces de ‘generar’ con sus programas de aceleración. Este es uno de los mayores problemas a los que se enfrenta el débil y endogámico ecosistema emprendedor español. Se toma como referencia una medida inadecuada. A mi juicio, no se trata de valorar cuántas startups de éxito ha alumbrado una aceleradora, ni tampoco del número de startups que han pasado por ella, ni siquiera del número de mentores (en casi todas ellas inflados de una manera vergonzosa). La clave está en el número de personas que han pasado por esa institución, han fracasado y han aprendido de sus errores. Da igual si emprenden después de ese fracaso o comienzan a trabajar por cuenta ajena. Esa persona aportará un valor incuantificable allá donde vaya porque su experiencia será única e insustituible y, eso, es valor. El fracasar ayuda a ser mejor, a ver el mundo con otros ojos y a estar preparado para una adversidad que ya no va a ser la primera en llegar. Esa métrica debería ser la que realmente sirviera para identificar qué aceleradora tiene un programa como es debido y cuál se limita a ser una fábrica de empresas zombie a las que se prepara para ser candidatas a obtener Enisas, CDTIs y demás financiación blanda con el objeto de pegar un pelotazo y, poco después, vender la compañía.

Está en boca de muchos que la automatización y la digitalización de la economía van a conllevar la desaparición de numerosos puestos de trabajo con unas consecuencias devastadoras para el empleo. La respuesta es la de siempre: hay que reformar la educación. Pues bien, puedo decirles que en los dos años que he estado trabajando cerca de emprendedores (no confundir con gente que constituye una SL y dice que es emprendedor) he aprendido más que en los más de 12 años de vida académica que tengo a mis espaldas. Probablemente el aprendizaje no hubiera sido tan rápido sin esos años de libros y largas horas memorizando leyes. Pero estoy convencido de que mi visión del mundo sería totalmente distinta sino hubiera fracasado en mi intento de sacar una plaza en el cuerpo de Registradores de la Propiedad. Aprendí de mi propio fracaso, ya no me cuesta reconocer que fracasé, viendo como otros fracasaban e intentándoles ayudar a ver que su fracaso les hacía más fuertes y les daba una ventaja competitiva frente a todos aquellos que, como me decía una persona muy especial para mí, no se atreven a tirarse al mar y nadar. Nuestro sistema educativo tiene muchas virtudes, decir lo contrario es ignorar la realidad, pero conviene introducir ingredientes que ayuden a dar esos empujoncitos hacia el fracaso para entender, en primera persona, que fracasar es algo que va a llegar antes o después y que eso, únicamente, te ayuda a ser estar más preparado para los verdaderos fracasos que te esperan a lo largo de tu vida. Hasta que eso ocurra, buscad aquellos lugares donde se entiende perfectamente que el camino hacia el éxito pasa por el fracaso, quién cuente otra cosa está vendiendo humo.