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Mediocridad Millenial

Este principio de año he tenido tiempo para observar leer y reflexionar; hoy me gustaría compartir con vosotros un vídeo (está en inglés y dura 15 minutos, no es necesario verlo para seguir leyendo, pero lo recomiendo).

El video habla de los millenials, Simon Sinek nos viene a decir que los que pertenecemos a esta generación somos víctimas de: Una mala educación, de la tecnología, de la gratificación instantánea y de nuestro entorno. Acierta en muchas cosas de las que dice, como la eterna insatisfacción de los millenials a pesar de que se nos dé todo lo que pidamos, o que la gratificación instantánea a la que se nos ha acostumbrado nos deja en pelotas ante las relaciones laborales o las relaciones personales profundas. Por no hablar de la adicción al móvil que, todos, tenemos.

No estoy de acuerdo con todo lo que dice el vídeo. Los millenials no somos víctimas. Y aquellos millenials que cerca de los treinta años siguen pensando que todo se consigue por tener una cara bonita o por pedirlo de buenas maneras (o pataleando mucho) son simplemente unos inmaduros. Parece que las víctimas abundan en nuestro país, no hay más que echar un vistazo a la situación política de nuestro país. Pero voy más allá y me atrevo a decir que la clase dirigente que tenemos actualmente es la que trata a la sociedad como a un millenial: el gobierno que tenemos nos trata como a niños pequeños que van a obtener todo lo que quieren si lloran o gritan lo suficiente, todo por el temor a que aquellos los que lo consienten todo sin necesidad de una queja alcancen el poder. Es aquí donde entra la mediocridad.

Mediocridad como la que demuestra Simon Sinek en el video, que parece incapaz de darse cuenta de que todo el mundo no se esfuerza igual en igualdad de condiciones. La referencia que hace al millenial que se sentía mal por ganar un premio por participar (probablemente era el que había quedado último por haber estado haciendo el canelo durante toda la clase de gimnasia), obvia que el que quedaba el primero era consciente de que ese capullo se iba a casa con una medalla. Todos hemos visto en clase de gimnasia llegar a los últimos andando porque no querían correr.  Y no, Simon, ese canelo no se sentía mal, ese millenial seguirá haciendo el estúpido hasta que alguien le diga que no vale ni para hacer la ‘o’ con un canuto. Y esto se puede decir de muchas maneras, no hace falta humillar a nadie ni usar malas palabras, pero hay que decirlo. Hay que decir la verdad porque cuando se miente el problema solo se posterga en el tiempo y esas mentiras son las que han generado el problema de que los llamados millenials sean tan difíciles de satisfacer ¿Por qué no suspender al que tarda 10 minutos en dar la vuelta a la cancha de baloncesto andando? Porque nadie suspendía gimnasia. No señor, ese que tardaba diez minutos en dar la vuelta a la cancha se tenía que haber ido a su casa con 0 en gimnasia por imbécil.

Además, también hay que decir que el que ganaba percibía que se premiaba -quien diga que aprobar después de dar la vuelta a la cancha de baloncesto en 10 minutos no es un premio se puede ir a hacer gárgaras- al que no se esforzaba igual lo que genera distorsiones varias: Una, puedes ganar algo si no te esfuerzas. Dos, gano menos a pesar de haber sido el mejor porque nuestro sistema está diseñado para premiar a todos con lo cual mi recompensa no es la que debería ser en condiciones normales. Tres, si dosifico adecuadamente mi esfuerzo puedo seguir ganando siempre, aunque no me esfuerce al máximo durante todo el tiempo. De manera que se consigue algo totalmente devastador, desincentivar la pasión por hacerlo lo mejor posible. Pero no sólo eso, además consigues que aquellos que realmente han hecho las cosas lo mejor posible no se sientan considerados; se sientan peor, cuando en realidad son los únicos que se preocupan por mejorar, ya sea encontrando su pasión, trabajando por ella y por el reconocimiento de la recompensa. Recompensa que sólo encontrarán cuando aterricen en un entorno de excelentes y no de mediocres.

Después de esta observación reflexiono y me pregunto ¿Cómo aplicamos esta metáfora de la gimnasia al sistema educativo español? LOGSE: Aunque suspendas dos asignaturas pasas de curso. La que haya ahora: Aunque suspendas cuatro pasas de curso. Dentro de cinco años será, aunque saques todo 3,5 podrás ser médico. Porque ese gobierno millenial al que hacíamos referencia nos permite desentendernos de afrontar la frustración de nuestro niños así como olvidarnos de que la competencia sana es positiva. 

Siguiendo con el vídeo de Simon me pregunto ¿Cuál considero que es el papel que juega la tecnología en todo esto? Que la mayoría de los millenials sabemos manejar un ordenador, un Smartphone o hablar inglés mejor que la mayoría de nuestra generación anterior. Tenemos mayor capacidad para hacer determinadas tareas que aportan un alto valor añadido a cualquier cosa que se trate de acometer en el Siglo XXI, desde hacer una página web a usar y entender las redes sociales de forma efectiva, pasando por cosas más complejas como saber explicar lo que es blockchain o sacar partido de la economía colaborativa. Por desgracia para las generaciones anteriores a la nuestra eso es una ventaja competitiva que a medida que pasa el tiempo va haciendo más grande la brecha digital entre unos y otros. Por desgracia para los millenials a medida que pasa el tiempo las generaciones que nos preceden también se hacen más conservadoras y el hacer ver con nuestros ojos a nuestros mayores el mundo tal y como lo vemos es más complicado de lo que parece. Eso conlleva, entre otras cosas, que para el Millenial que realmente se esfuerza no exista una percepción de referentes nacionales válidos en los que depositar su confianza. La mediocridad se percibe en una y otra generación por encima de cualquier otra cosa: Los imbéciles que han llegado sin hacer ruido a lugares donde se han convertido en referentes para el resto de mediocres que les han acompañado a lo largo de toda su vida. Aquí incluyo: A los empresarios o emprendedores, según la generación, que son un fraude (el lenguaje común me obliga a matizar para que los menos agudos entiendan que estoy hablando de ambas generaciones), políticos que engañan con sus cantos populistas de sirena, hijos de papá que han conseguido el enchufe para que pase lo que pase tenga una nómina, ya se la pague el padre o el amigo del padre… Con un problema adicional, el mediocre se rodea de gente más mediocre aún y relega al brillante a puestos donde luzca menos para que su posición no se vea amenazada. Todo lo contrario que promovía Steve Jobs en Apple o Jeff Bezos en Amazon. Este último al principio sólo se contrataban a empleados que tuvieran un coeficiente superior o igual al de los empleados existentes. 

Concluyo señalando que no soy de los que piensan que los millenials seamos vagos, creídos, o soñadores. Simplemente es una cuestión de madurez. Nuestra maduración ha sido más lenta y estamos entre dos generaciones que han madurado y que maduran más rápido que nosotros, lo cual nos hace vernos relegados en muchos aspectos. ¿Eso nos da patente de corso para quejarnos y protestar como cuando éramos pequeños? Si optamos por hacerlo no sólo nos estaremos condenando a nosotros mismos, sino que, además, estaremos promoviendo que los mediocres sigan dictando nuestro futuro en la empresa, en la administración, en la política, en la educación y en todos los ámbitos. La satisfacción de haber puesto el alma y todo el esfuerzo en una cosa tiene una recompensa que sólo una persona suficientemente madura es capaz de reconocer. Reflexionemos nuevamente sobre que país queremos, maduremos y demostremos que no somos víctimas de nada. Si comenzamos el año así, es probable que dé una buena cosecha.

Hombre, capitalismo y materialismo.

En 1896 Henry Ford, granjero de nacimiento, culminaba los experimentos que darían lugar a una de las mayores compañías automovilísticas de todos los tiempos. Que un hecho similar hubiera ocurrido en la España de finales del S. XIX, apenas dos años antes del aciago 1898, era de todo punto impensable. Las condiciones que se daban en la España de aquel entonces estaban muy alejadas de todo lo que tuviera que ver con una sociedad capitalista.US_$5_series_2003A_obverse
Ha pasado el tiempo y nuestro país ha vivido una transición que se desdeña de una manera preocupante. No nos damos cuenta de que hemos pasado de una sociedad claramente pre-moderna y arraigada en el poder de las grandes familias a una sociedad en la que han sido capaces de abrirse paso personas como Amancio Ortega, Juan Roig, Francisco y Jon Riberas (los dueños y gestores de Gestamp) e innumerables empresarios que en buena lid han sido capaces de generar un tejido empresarial totalmente nuevo en nuestro país.
Cabe pararse a pensar a qué es debido que un empresario que comienza fabricando albornoces en La Coruña sea capaz de crear un imperio como Inditex en la España de los 90 y junto con él afloran múltiples casos de éxito que generan cientos de miles de puestos de trabajo mientras que ello era prácticamente imposible pocas décadas antes.

Bajo mi punto de vista hay que buscar la razón de ello en diferentes causas: El talento individual de todos y cada uno de los empresarios, de todas las partes del mundo, que invierten su esfuerzo, sus recursos y su tiempo en alcanzar la meta que se han fijado. Y unas condiciones políticas, jurídicas y sociales que permiten que ese talento aflore y sea recompensado adecuadamente. En definitiva, algo con lo que contaban los EEUU en 1896 y de lo que carecíamos en España.
Uno podría recriminarme que simplifico en exceso, pero ocurre que durante el S. XX y lo que llevamos del S. XXI ha sido la sociedad capitalista por excelencia, los EEUU, la que ha logrado mantenerse como primera potencia mundial y la que en su seno sigue aflorando los inventos y la tecnología más revolucionaria de nuestro planeta. Y aunque la URSS compitió durante buena parte de la postguerra con el país Norteamericano, no debe olvidarse en lo que ha quedado la antigua Unión Soviética ni lo que había detrás del muro cuando éste fue derribado (para los escépticos aquí se puede leer una interesante evolución de lo acontecido en las sociedades capitalistas desde el comienzo de las mismas).
Lo que trato de poner de relieve es que, a pesar de lo que se escucha a diario, el capitalismo sí que pone en el centro a la persona. Y digo esto porque es en las sociedades capitalistas donde las personas que invierten su esfuerzo son recompensadas y donde somos cada una de las personas las que podemos sacar el máximo rendimiento a nuestras capacidades y a nuestro esfuerzo, en un entorno donde se presupone la igualdad de condiciones y donde las opciones que cada uno de nosotros tomemos en el mercado sean totalmente libres.
Y es que en definitiva, en una sociedad capitalista, el mercado es un simple instrumento del que hacemos uso todos y cada uno de los miembros de la sociedad, de manera que participamos en él tanto por el lado de la oferta como por el lado de la demanda. No es ningún ente ajeno a nosotros que tome decisiones con intención de perjudicarnos o de hacernos sufrir, lo que ocurre es que si uno acude al mercado de deuda y luego no paga el individuo que te ha prestado querrá que le devuelvan su dinero, como querríamos que nos lo devolvieran a nosotros.

Y sí, querido lector, no ignoro que el capitalismo es imperfecto. Es algo que llevamos décadas escuchando y no por ello deja de ser menos cierto. Algunos hablan de fallas de mercado, otros de capitalismo de amiguetes, de abusos de posición dominante, competencia desleal… Nada de esto deja de ser cierto y la cuestión estriba en cómo debe prevenirse o en su caso penalizarse; sin duda alguna a través de los medios que brinda el Estado de Derecho. Sin embargo, y tras una crisis como la que hemos vivido en nuestro país a lo largo de los últimos siete años, uno tiene la sensación de que ha existido algo más que una falla de mercado o un capitalismo de amiguetes. Es cierto que es lo que se denuncia con más vehemencia por parte de múltiples agentes políticos y todos tenemos más o menos identificados a los culpables de nuestros males presentes, lo cual no quiere decir que esa identificación sea correcta.
Si yo hubiera de atribuirle un defecto al sistema capitalista sería el de hacer al hombre en exceso materialista. El hombre de la sociedad moderna ha quedado totalmente desprovisto de person-110305_640espíritu y es únicamente lo material lo que guía su toma de decisiones. Probablemente como consecuencia de ese afán por hacernos valer en el mercado y de hacer valer nuestro peso en la sociedad mediante la toma de decisiones en ese mercado hemos ido marcando cada vez más nuestro individualismo, en definitiva desproveyéndonos de nuestra espiritualidad y a la postre de nuestra identidad. Y ello no es algo desdeñable, puesto que es precisamente la pérdida de identidad una de las razones que determinan que vivamos en una sociedad consumista como la actual.
Por lo tanto, cabe pararse a pensar más allá de lo evidente y de lo que todos somos capaces de ver. Hasta la fecha las alternativas al sistema capitalista se han revelado como un rotundo fracaso generando sociedades de individuos despersonalizados, oprimidos y subyugados a un ideal loable a la par que inalcanzable. Las imperfecciones del capitalismo existen pero son susceptibles de corregirse con los mecanismos jurídicos adecuados. Pero ¿qué ocurre con esas imperfecciones que no cabe corregir con normas jurídicas? ¿Qué sentido tiene poner a la persona en el centro del sistema cuando lo que ocurre es que esa persona ha perdido su identidad por falta de interés en su espiritualidad?
Se presenta pues un dilema entre la despersonalización impuesta por el poder de los sistemas comunistas y socialistas y la despersonalización a la que arrastra un sistema que permite alcanzar las mayores cotas de éxito personal y profesional. En mi opinión el dilema entre uno y otro sistema no debiera existir, de hecho ni me lo planteo, lo que ocurre es que actualmente sí que está presente en nuestra sociedad, ya sea porque no vemos más allá de lo evidente, ya sea porque preferimos no hacerlo.

Reflexiones a bocajarro (IV)

Asistimos a una serie de fenómenos inusuales si tenemos en consideración que la raza humana lleva más de 2.000 años habitando este planeta. Pienso, considero, que son inusuales porque a lo largo de esos más de 2.000 años de historia nuestro planeta ha sido testigo de todo tipo de cosas. Lo más grave, por desgracia para nosotros, es que las más traumáticas para los seres humanas parecen condenadas a repetirse. Probablemente se hayan repetido con matices que las han distinguido, pero en el fondo se repiten.
Parece como si el destino quisiera jugarnos una mala pasada y por una inexplicable razón nuestra naturaleza lleve implícito aquello de tropezar dos veces en la misma piedra. Y es cierto, el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Pero es que si nos abstraemos del individuo y pensamos en el conjunto de la raza humana nos encontramos con que no sólo tropieza dos veces, si no miles. Quizá esa sea una de las razones por las que sobrevienen los regímenes totalitarios. Trataré de explicarme.

Cuando el hombre goza de libertad, normalmente, su propia naturaleza le inclina al ocio. Si disponemos de tiempo libre nos gusta divertirnos, despreocuparnos, disfrutar haciendo lo que nos gusta. Y, salvo en contadas ocasiones, eso no implica esforzarse. Si puedo obtener lo mismo sin esforzarme ¿para qué voy a hacerlo? Es un pensamiento que, nos guste o no, es de lo más común. ¿Hay gente más ociosa en una sociedad libre que en una sociedad totalitaria?
Puede que me esté expresando mal. Hablamos de exigencia no de libertad. Aunque muchos pueden concluir que a mayor exigencia menor libertad, puesto que esa mayor exigencia requiere un mayor esfuerzo y ese mayor esfuerzo implica menor tiempo libre para que uno pueda hacer lo que le dé la gana. Si bien equiparar la libertad a hacer lo que a uno le dé la gana es algo muy discutible. Pero, al menos por hoy, vamos a dejarlo aquí.

Retomando el hilo anterior, si una sociedad tiene una menor exigencia para con sus integrantes puede ocurrir que los miembros de esa sociedad se relajen en exceso. Ese exceso de relajación puede tener un efecto positivo pues el hombre con tiempo libre puede alcanzar magníficos resultados si lo emplea adecuadamente. Pero también pueden producirse efectos negativos. De modo que ese exceso de relajación convierta a ese hombre en un descuidado y acabe siendo menos diligente o menos productivo de lo que puede esperarse de él.
¿Puede decirse que la falta de exigencia ha motivado la crisis actual? Considero que no. Puede que en la que vivamos dentro de unos años sea otro gallo el que nos cante. No puede tratar de reducirse todo a una sola causa.
Sin embargo, sí que advierto algo inquietante. Lo que me inquieta es que hemos teñido de complejidad determinadas actuaciones con el objeto de eludir la exigencia. Es como si dijéramos que hemos evolucionado para tratar de escapar de aquello que nos hacía ser una sociedad próspera. Con diversos objetos, pero siempre con un patrón similar: disfrazando el sentido de las palabras, enredando la madeja para que sea casi imposible averiguar dónde empieza el hilo, fingiendo sentimientos que desconocemos, creando inquietudes inexistentes o inventando necesidades que en realidad son caprichos. En definitiva, mintiéndonos a nosotros mismos.
Más de 2.000 años después seguimos sin ser capaces de ponernos de acuerdo en algo tan simple como que lo que realmente vale es aquello que tiene valor per sé y no por que lo diga el mandatario de turno. Nos hemos creído tanto nuestra propia mentira que somos incapaces de ver lo que probablemente sea la realidad. Y prefiero no afirmarlo taxativamente para no caer en el enfrentamiento al que nos ha abocado el mentirnos a nosotros mismos. Quizá sea porque las cosas no valen para todos lo mismo. No lo sé.

El hecho es que llega un momento en que esa libertad de la que goza una sociedad, sino va acompañada de una exigencia para el individuo, se vuelve nociva. Llega un punto en que los hombres libres pierden la referencia de aquello que les había dado su propia libertad, e irremediablemente la pierden. Si lo pensamos a nivel de un solo individuo es fácil encontrar un ejemplo. Sin embargo, es mucho más complejo imaginarlo al nivel de una sociedad entera; ésta es heterogénea y por tanto en ella misma hay contrapesos naturales que determinan que esa pérdida de libertad tarde más en llegar. A mi juicio ya quedan pocos contrapesos para que llegue ese fatídico momento y si no nos exigimos más, a cada uno de nosotros mismos, acabaremos perdiendo no sólo la libertad si no mucho más.
Entiendo que algunos piensen que ya han perdido la libertad. Sin embargo, es probable que una reflexión seria sobre las consecuencias de los hechos propios les lleve a cambiar de opinión. Claro que para ello hay que pararse a reflexionar, y dado que no nos damos el más mínimo respiro, y que cuando lo tenemos “desconectamos” es probable que, más pronto que tarde, las cosas dejen de ser como eran.

¿Una sociedad sobrevalorada?

Las anunciadas protestas ciudadanas se han materializado esta semana, los días 25, 26 y 29 de septiembre han tenido como protagonistas a miles de personas manifestándose en las calles de Madrid. No es algo nuevo. Lo que sí es nueva es la reclamación de los manifestantes, o al menos es parcialmente distinta. Se reclama un nuevo proceso constituyente previa disolución de las cámaras elegidas democráticamente hace menos de un año. Con el pretexto de que los senadores y diputados electos “No nos representan” los manifestantes reclaman una nueva constitución y mayor participación para el pueblo. Podríamos entrar en el debate de si nos representan o no, o en el de si nuestra ley electoral recoge adecuadamente el sentir de la ciudadanía. No lo voy a hacer. Considero que hay cosas que se pueden mejorar, incluso el propio Consejo de Estado ha señalado la necesidad de reformar la ley electoral en algún aspecto concreto, como el de la excesiva cuota de representación que obtienen los partidos nacionalistas. Pero hoy no quiero centrar mis reflexiones en este ámbito.

Se dice que los políticos de una nación son el reflejo de la sociedad que gobiernan. Las últimas encuestas del CIS reflejan que entre las mayores preocupaciones de los españoles se encuentra la clase política. ¿Podría entonces interpretarse que a los españoles les preocupa la sociedad que conforman?
Políticos que no tienen en cuenta los intereses de los votantes si no los suyos propios, políticos corruptos que emplean el poder que les otorgan los ciudadanos en su propio interés. Políticos que hacen oídos sordos a las reclamaciones de la ciudadanía. Todas estas afirmaciones, a día de hoy, son prácticamente irrefutables. Ahora extrapolemos esas afirmaciones a un ciudadano corriente. Ciudadanos que no piensan más que en su propio interés. Ciudadanos que hacen oídos sordos de las reclamaciones de sus conciudadanos. Ciudadanos que, cuando gozan de un poder suficiente, de la índole que sea, lo emplean en su propio interés. Si bien, en su mayoría carecen del poder suficiente para emplearlo en su propio interés, y éste no les es otorgado por nadie.
Es una comparación parcial, cierto, pero bajo mi punto de vista, ajustada a la realidad. Políticos y ciudadanos anteponen el interés particular al interés general. Un dato. La tasa de ahorro se ha incrementando desde que comenzó la crisis ¿por qué ahorran los ciudadanos? Entre las diversas causas que se podrían aducir, una es irrebatible, para no pasarlas canutas, para velar por su propio interés. Y ¿Qué tiene de reprochable eso? Nada, nada en absoluto. Cuando los que deben velar por tus intereses no lo hacen, lo primario y elemental es hacerlo uno mismo. Pero ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿Quién se despreocupó primero del interés general? ¿Deteriora la clase política a la sociedad, o es la sociedad la que permite el deterioro de la clase política?

Sería aventurado dar respuesta a tales preguntas, pero, a cuento de las manifestaciones que cada vez son más recurrentes, hay un dato que se debe tener presente: En las elecciones generales de 2011 votaron un total de 24.590.557 personas. 9.710.775 optaron por la abstención, 333.095 votaron en blanco y 317.886 depositaron un voto nulo en las urnas. Los resultados son de sobra conocidos. Casi 10 millones de abstenciones, algo más si unimos los votos en blanco y los votoros nulos, es un síntoma relevante, ¿son personas que directamente no se molestan en ir a votar porqué les da igual quién lleve el timón? ¿Son personas que se niegan a participar en un sistema en el que no creen? ¿O no encuentran una opción convincente dentro del mapa político? No soy sociólogo, y no he consultado estudios al respecto, pero es de suponer que habrá de todo.
El hecho es que un 71,69% de las personas con derecho a voto acudió a las urnas y se pronunció por la opción que le pareció correcta. Cualquier demócrata que se precie no puede cuestionar el resultado de las elecciones. Podrá cuestionar la ley electoral, o podrá cuestionar que la gente no sabe lo que hace, pero no podrá cuestionar el resultado.
Y es precisamente a este punto al que quería llegar ¿es consciente ese 71,69% de la fuerza que tiene su voto? ¿Es consciente el votante de lo que conlleva depositar su voto en la urna? ¿O emite su voto por emitirlo cómo quien va a comprar el pan? Por cierto, eso de que se vota cada cuatro años es falso, se vota cada cuatro años en tres comicios distintos, los generales, los autonómicos y los municipales, perdón por este apunte pero es que uno se cansa de leer y escuchar ciertas memeces. Sigo con las cuestiones ¿De qué conoce el votante al candidato? ¿Se molesta en estudiar con profundidad el programa electoral? ¿Le basta con lo que dicen los medios de comunicación? ¿Por qué?
Me respondo mentalmente a todas las cuestiones que he planteado y no me gustan las respuestas. De hecho me llevan a hacerme más preguntas. ¿Está la gente realmente disconforme con el sistema? ¿Entonces por qué acuden en su mayoría a la cita electoral? ¿Son incoherentes con su manera de pensar? ¿Acudieron engañados a las urnas?

Más cuestiones a las que dar una única respuesta sería pretencioso. Pero hay una cosa que tengo muy clara. Si las personas se hicieran más preguntas a sí mismas de las que se hacen habitualmente; si se molestaran en buscar respuestas a esas preguntas que son incómodas en el día a día y no dejar que otros las contestaran por ellos, es más que probable que esa clase política, tan denostada por los propios ciudadanos, no estaría en el lugar donde se encuentra, o sería distinta. El hacerse preguntas y contestarlas después de reflexionar empuja hacia una actitud distinta frente a los problemas que nos plantea la vida. A una actitud activa y no pasiva, a querer participar decisivamente y no de una manera apenas perceptible. Dejarse llevar por la corriente, permanecer callado, o preferir no plantearse las cosas es, nos guste o no, lo que hace la mayoría de la sociedad española.

Ahora parece que ahora algunos quieren imponer la moda de salir a la calle a “tumbar al gobierno” elegido democráticamente hace menos de un año. A los gobiernos se les tumba en las urnas, o mediante mecanismos legales. Yo no estoy en contra de las manifestaciones, estoy en contra de que se haga con las personas lo mismo que hacen nuestros políticos. Querer sustituir al poder político elegido conforme a la legalidad por el poder del vulgo, que no del pueblo, supone cargarse treinta años de historia democrática. Imperfecta, pero democrática al fin y al cabo. Perfeccionarla o destruirla está en nuestra mano, pero mientras las personas no se molesten en preguntarse y responderse a sí mismas, seguirán el dictado del que más fuerza tenga, ya sean partidos políticos, ya sean los indignados. Ni que decir tiene que la fuerza que alimenta a unos y a otros no tiene nada que ver, pero esta es otra cuestión.

A mi juicio todos aquellos que entienden que nuestros políticos no representan a nuestra sociedad sobrevaloran a la misma sociedad. Hoy me han comentado ¿no será que los políticos infravaloran a los ciudadanos? He pensado que podría ser factible, pero entonces me pregunto ¿por qué alguien iba a depositar su confianza en personas que le infravaloran?
Considero que una sociedad madura debe actuar como tal y reaccionar ante el abuso de los poderosos con las armas que ella misma se ha dado. La sociedad española se dio la Constitución de 1978 y si más de uno se molestara en leer sus artículos, no digo todos, bastaría con leer los que se encuentran en sus dos primeros títulos, no exigiría una nueva constitución, a lo sumo exigiría algún cambio, pero lo que exigiría, por encima de cualquier otra cosa, sería su cumplimiento. Os propongo un reto, preguntad a diez personas cual es el primer derecho fundamental que garantiza nuestra Constitución. Si más de dos dan la respuesta acertada podéis considerarlo todo un éxito. Y es que ¿qué podemos esperar de una sociedad donde la mayoría de ciudadanos ni siquiera conoce que la igualdad ante la ley es el primero de los derechos fundamentales que consagra su Constitución? Ya sé que lo importante es saber que la Constitución garantiza la igualdad, pero considero que una sociedad madura debe ser consciente de por qué la igualdad es el primero. Debe ser consciente de algo tan básico como que si no se antepone la igualdad de derechos ante la ley a cualquier otro derecho que se garantice, éste no estará garantizado del todo. La cuestión es ¿vivimos en una sociedad que es consciente de eso? Sinceramente, tengo mis dudas.