Tengo la fortuna de ser una persona observadora y a la que le apasiona vivir aprendiendo constantemente. Vivir aprendiendo constantemente requiere, en primer lugar, reconocer que no se sabe lo suficiente de nada y que siempre es posible profundizar en los conocimientos que uno cree que tiene. Dicho de otra manera, es necesario tener grandes dosis de humildad y abrir los ojos y los oídos aunque no nos guste lo que veamos o lo que oigamos.
En este punto alguien puede pensar que con esa actitud uno puede ser fácilmente engañado y que aunque uno piense que está aprendiendo en realidad lo que está haciendo es perder el tiempo. Verdaderamente esos casos pueden darse en la vida real, no obstante la primera vez que una persona sufre en sus carnes un engaño de ese tipo ese hecho suele ser una lección suficiente para reconocer cuando se nos está engañando y cuando se nos está enseñando.
Las lecciones que tomamos durante nuestra vida pueden suponer para nosotros un mayor o un menor grado de experiencia en función de las vivencias que hayamos atravesado, de los círculos en los que desarrollemos nuestras relaciones sociales y laborales, de nuestro entorno inmediato etc. No obstante hay lecciones que se pueden aprender sin necesidad de vivirlas en primera persona. Cada uno de nosotros puede tomar buena cuenta de las experiencias que han vivido las personas que nos rodean. Cuando un amigo nuestro ha sufrido una estafa somos conscientes de la clase de estafa que podemos sufrir nosotros mismos, de manera que si nos pretenden engañar del mismo modo estaremos prevenidos frente a ese tipo de engaño. Si un familiar nuestro ha sufrido apuros económicos como consecuencia de una mala inversión, trataremos de tener presente las malas decisiones que ha tomado para tratar de evitar caer en el mismo error. En definitiva, podemos tomar ejemplo de las experiencias que han vivido las personas que nos rodean.
Me voy acercando al núcleo del post de hoy. Si nos paramos a pensar en las personas que pueden albergar más experiencias que nadie a nuestro alrededor forzosamente llegaremos a la conclusión que esas no pueden ser otras que las personas de mayor edad. Como dice el refrán “Mas sabe el Diablo por viejo que por Diablo”. Nadie puede negar que las experiencias que haya vivido una persona mayor son mayores que las que pueda haber vivido cualquiera de los nacidos después de los 80. Es verdad que pueden darse excepciones, no voy a decir que no, pero no es lo frecuente. Llegados a este punto cabe preguntarse si nuestra sociedad escucha o se interesa en conocer esas experiencias que albergan en su memoria nuestros mayores o por el contrario entiende que eso es cosa del pasado, que no es moderno y que por lo tanto no es preferible omitirlo.
Es frecuente escuchar, cuando alguien pone reparos a determinadas ideas, que su carácter es rancio, o que parece un viejo. En el debido contexto estas afirmaciones pueden ser lógicas, pero en otras ocasiones obedecen a una motivación que guarda relación con esa resistencia innata de la infancia de no hacer caso a la primera o de creer que se haya en posesión de la verdad absoluta. Normalmente, después de un batacazo por hacer caso omiso a los consejos de la voz de la experiencia, la razón te indica que debes tener cuidado en futuras ocasiones. Sin embargo, de un tiempo a esta parte lo habitual suele ser que tras el batacazo se exijan responsabilidades a quien no corresponden (echarle la culpa al profesor de las malas notas, buscar un chivo expiatorio al que echarle la culpa etc.) de manera que la voz de la experiencia queda relegada a un segundo plano y deja de ser escuchada. Como consecuencia de ello se produce una infantilización crónica que va calando con mayor profundidad cada vez que no se asumen las consecuencias de una mala decisión.
En otros casos ésta sí que es escuchada, sin embargo hacerle caso o seguir sus indicaciones requiere un esfuerzo adicional que no se exigía antes del batacazo. De ese modo se apela a la compasión y al perdón esperando una relajación de las condiciones que implica seguir las indicaciones de esa voz de la experiencia. Esto es también causa de la infantilización apuntada y mi juicio ello viene motivando que muchas cosas que años atrás se consideraban básicas hayan pasado a ser denostadas y vilipendiadas. Estoy refiriéndome, como muchos habrán intuido, a la cultura del esfuerzo, a la meritocracia y a la búsqueda de la excelencia. Al respeto a lo que ahora se llaman principios y que antes eran valores, en definitiva a todo eso que ahora suena a rancio o a anticuado pero que ha sido, en mayor o menor medida, el motor de la humanidad durante la mayor parte de su historia.
Lo que ocurre con todo ello es que ha pasado de moda, ya no es cool, y en buena medida porque quien habla de todo ello son personas que nos exigen un esfuerzo similar al que ellos tuvieron que realizar para salir adelante. Son personas que tuvieron que luchar con todas sus fuerzas en unas condiciones que probablemente, a pesar de la crisis que estamos atravesando a día de hoy, no desearíamos para ninguno de nosotros. Nosotros exigimos salir adelante porque pensamos que tenemos el derecho a hacerlo, sin pararnos a pensar que para salir adelante hay que esforzarse día y noche, y más si uno es ambicioso. No puede exigirse un salario de 2.000 euros mensuales porque hace 10 años se ganaba eso recién salido de la Universidad. ¿Sería lo ideal? Sinceramente, no lo creo. Entiendo que para aquellos que desprecian el esfuerzo y repelen todo aquello que exija sacrificio sí que lo sería. Sin embargo, deben ponerse las cosas en perspectiva y analizar si eso es lógico y razonable o no lo es. Por otro lado, las condiciones cambian constantemente, pero de este tema hablaré en otra ocasión.
Los cantos de sirena han sido muy tentadores durante mucho tiempo y éstos poco tienen que ver con lo que nos enseña la experiencia que han vivido nuestros mayores, independientemente de los logros que cada cual haya alcanzado. Entiendo que algunos puedan criticar la idealización que hago de esas experiencias vividas, pero a mi juicio es la principal fuente de aprendizaje a la que podemos acudir para avanzar como sociedad. Cuando se dice que la historia que se olvida está condenada a repetirse no es algo que se dice por decir, es un hecho y puede corroborarse en cualquier manual de historia. Vendría a ser algo como la experiencia que se ignora está condenada a repetirse, por tanto, cuando ésta ha sido mala es del todo insensato ignorarla. Es realmente sorprendente lo que uno es capaz de descubrir si bucea en la voz de la experiencia, en la voz de los que realmente han vivido y experimentado lo que es la vida. No caigamos en la insensatez de juzgar esas voces como desfasadas o anticuadas, al contrario, tomemos ejemplo de aquello que podamos emplear para evitar vivir malas experiencias o gozar de buenas, a fin de cuentas no se trata de sufrir por sufrir, sino de alcanzar la recompensa al esfuerzo empleado. Ahora bien, entendiendo que el hecho de esforzarse no implica una recompensa per sé, por ello es aconsejable evitar los malos ejemplos y aprender de los buenos. Todo ello, como no podría ser de otro modo, implica ser humilde y esforzarse. Esto es, un esfuerzo que es mayor que el que requiere exigir una serie de derechos a quien supuestamente tiene el deber de garantizarlos. Aprendamos, desde ya, que si no asumimos que todo derecho tiene como contrapartida una serie de obligaciones y que el cumplimiento de las mismas, por muchas garantías legales que estén escritas en un papel, exige también un esfuerzo. Paradójicamente, uno similar al esfuerzo que exige seguir el camino que marca esa anticuada voz de la experiencia.