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La voz de la experiencia no es cool

Tengo la fortuna de ser una persona observadora y a la que le apasiona vivir aprendiendo constantemente. Vivir aprendiendo constantemente requiere, en primer lugar, reconocer que no se sabe lo suficiente de nada y que siempre es posible profundizar en los conocimientos que uno cree que tiene. Dicho de otra manera, es necesario tener grandes dosis de humildad y abrir los ojos y los oídos aunque no nos guste lo que veamos o lo que oigamos.

En este punto alguien puede pensar que con esa actitud uno puede ser fácilmente engañado y que aunque uno piense que está aprendiendo en realidad lo que está haciendo es perder el tiempo. Verdaderamente esos casos pueden darse en la vida real, no obstante la primera vez que una persona sufre en sus carnes un engaño de ese tipo ese hecho suele ser una lección suficiente para reconocer cuando se nos está engañando y cuando se nos está enseñando.

Las lecciones que tomamos durante nuestra vida pueden suponer para nosotros un mayor o un menor grado de experiencia en función de las vivencias que hayamos atravesado, de los círculos en los que desarrollemos nuestras relaciones sociales y laborales, de nuestro entorno inmediato etc. No obstante hay lecciones que se pueden aprender sin necesidad de vivirlas en primera persona. Cada uno de nosotros puede tomar buena cuenta de las experiencias que han vivido las personas que nos rodean. Cuando un amigo nuestro ha sufrido una estafa somos conscientes de la clase de estafa que podemos sufrir nosotros mismos, de manera que si nos pretenden engañar del mismo modo estaremos prevenidos frente a ese tipo de engaño. Si un familiar nuestro ha sufrido apuros económicos como consecuencia de una mala inversión, trataremos de tener presente las malas decisiones que ha tomado para tratar de evitar caer en el mismo error. En definitiva, podemos tomar ejemplo de las experiencias que han vivido las personas que nos rodean.

Me voy acercando al núcleo del post de hoy. Si nos paramos a pensar en las personas que pueden albergar más experiencias que nadie a nuestro alrededor forzosamente llegaremos a la conclusión que esas no pueden ser otras que las personas de mayor edad. Como dice el refrán “Mas sabe el Diablo por viejo que por Diablo”. Nadie puede negar que las experiencias que haya vivido una persona mayor son mayores que las que pueda haber vivido cualquiera de los nacidos después de los 80. Es verdad que pueden darse excepciones, no voy a decir que no, pero no es lo frecuente. Llegados a este punto cabe preguntarse si nuestra sociedad escucha o se interesa en conocer esas experiencias que albergan en su memoria nuestros mayores o por el contrario entiende que eso es cosa del pasado, que no es moderno y que por lo tanto no es preferible omitirlo.

Es frecuente escuchar, cuando alguien pone reparos a determinadas ideas, que su carácter es rancio, o que parece un viejo. En el debido contexto estas afirmaciones pueden ser lógicas, pero en otras ocasiones obedecen a una motivación que guarda relación con esa resistencia innata de la infancia de no hacer caso a la primera o de creer que se haya en posesión de la verdad absoluta. Normalmente, después de un batacazo por hacer caso omiso a los consejos de la voz de la experiencia, la razón te indica que debes tener cuidado en futuras ocasiones. Sin embargo, de un tiempo a esta parte lo habitual suele ser que tras el batacazo se exijan responsabilidades a quien no corresponden (echarle la culpa al profesor de las malas notas, buscar un chivo expiatorio al que echarle la culpa etc.) de manera que la voz de la experiencia queda relegada a un segundo plano y deja de ser escuchada. Como consecuencia de ello se produce una infantilización crónica que va calando con mayor profundidad cada vez que no se asumen las consecuencias de una mala decisión.

En otros casos ésta sí que es escuchada, sin embargo hacerle caso o seguir sus indicaciones requiere un esfuerzo adicional que no se exigía antes del batacazo. De ese modo se apela a la compasión y al perdón esperando una relajación de las condiciones que implica seguir las indicaciones de esa voz de la experiencia. Esto es también causa de la infantilización apuntada y  mi juicio ello viene motivando que muchas cosas que años  atrás se consideraban básicas hayan pasado a ser denostadas y vilipendiadas. Estoy refiriéndome, como muchos habrán intuido, a la cultura del esfuerzo, a la meritocracia y a la búsqueda de la excelencia. Al respeto a lo que ahora se llaman principios y que antes eran valores, en definitiva a todo eso que ahora suena a rancio o a anticuado pero que ha sido, en mayor o menor medida, el motor de la humanidad durante la mayor parte de su historia.

Lo que ocurre con todo ello es que ha pasado de moda, ya no es cool, y en buena medida porque quien habla de todo ello son personas que nos exigen un esfuerzo similar al que ellos tuvieron que realizar para salir adelante. Son personas que tuvieron que luchar con todas sus fuerzas en unas condiciones que probablemente, a pesar de la crisis que estamos atravesando a día de hoy, no desearíamos para ninguno de nosotros. Nosotros exigimos salir adelante porque pensamos que tenemos el derecho a hacerlo, sin pararnos a pensar que para salir adelante hay que esforzarse día y noche, y más si uno es ambicioso. No puede exigirse un salario de 2.000 euros mensuales porque hace 10 años se ganaba eso recién salido de la Universidad. ¿Sería lo ideal? Sinceramente, no lo creo. Entiendo que para aquellos que desprecian el esfuerzo y repelen todo aquello que exija sacrificio sí que lo sería. Sin embargo, deben ponerse las cosas en perspectiva y analizar si eso es lógico y razonable o no lo es. Por otro lado, las condiciones cambian constantemente, pero de este tema hablaré en otra ocasión.

Los cantos de sirena han sido muy tentadores durante mucho tiempo y éstos poco tienen que ver con lo que nos enseña la experiencia que han vivido nuestros mayores, independientemente de los logros que cada cual haya alcanzado. Entiendo que algunos puedan criticar la idealización que hago de esas experiencias vividas, pero a mi juicio es la principal fuente de aprendizaje a la que podemos acudir para avanzar como sociedad. Cuando se dice que la historia que se olvida está condenada a repetirse no es algo que se dice por decir, es un hecho y puede corroborarse en cualquier manual de historia. Vendría a ser algo como la experiencia que se ignora está condenada a repetirse, por tanto, cuando ésta ha sido mala es del todo insensato ignorarla. Es realmente sorprendente lo que uno es capaz de descubrir si bucea en la voz de la experiencia, en la voz de los que realmente han vivido y experimentado lo que es la vida. No caigamos en la insensatez de juzgar esas voces como desfasadas o anticuadas, al contrario, tomemos ejemplo de aquello que podamos emplear para evitar vivir malas experiencias o gozar de buenas, a fin de cuentas no se trata de sufrir por sufrir, sino de alcanzar la recompensa al esfuerzo empleado. Ahora bien, entendiendo que el hecho de esforzarse no implica una recompensa per sé, por ello es aconsejable evitar los malos ejemplos y aprender de los buenos. Todo ello, como no podría ser de otro modo, implica ser humilde y esforzarse. Esto es, un esfuerzo que es mayor que el que requiere exigir una serie de derechos a quien supuestamente tiene el deber de garantizarlos. Aprendamos, desde ya, que si no asumimos que todo derecho tiene como contrapartida una serie de obligaciones y que el cumplimiento de las mismas, por muchas garantías legales que estén escritas en un papel, exige también un esfuerzo. Paradójicamente, uno similar al esfuerzo que exige seguir el camino que marca esa anticuada voz de la experiencia.

Reflexiones sobre el aborto.

Si hay un tema que a lo largo de estos más de cien post ha sido recurrente es el del aborto. El post inaugural de blog se llamaba “El derecho a la vida” y creo que hasta en tres ocasiones más he vuelto sobre este tema.
Los que me conocéis o me seguís en twitter sabéis cuál es mi posición sobre este tema y no es mi intención volver a exponerla ni volver a defenderla. Hoy tan sólo quiero reflexionar sobre el hecho de cómo el aborto se ha ido deslizando poco a poco con el paso del tiempo y que éste cada vez goza de mayor aceptación social, incluso entre los miembros del gobierno según cuenta un periodista hoy en un diario de tirada nacional.
La aprobación del anteproyecto de ley que tuvo lugar ayer ha crispado los ánimos de muchos pero por diferentes razones. Los defensores de la ley de plazos han visto derogado algo que ellos llaman derecho al aborto (lo siento, me resisto a calificarlo como un derecho) y por tanto mermadas sus pretensiones. El colectivo feminista considera igualmente que la aprobación del anteproyecto atenta contra sus libertades y que relega, una vez más, a la mujer. Todos los argumentos que dan los que desde estas posiciones defienden el aborto he tratado de rebatirlos en anteriores post y como he dicho antes, no voy a hacerlo de nuevo aquí.

No obstante, ha sido la supresión de uno de los supuestos que contemplaba la ley de 1985, el aborto en caso de malformación del feto, el que ha levantado muchas ampollas incluso entre los votantes del Partido Popular. Puedo asegurar que de no haber dedicado tanto tiempo a pensar sobre este tema probablemente compartiría esa indignación. Y es que dos años después de nacer yo se aprobó ley de 1985 con esos supuestos que estuvieron vigentes hasta que el gobierno de Zapatero promulgó su propia ley del aborto. Se había asentado por tanto en nuestra sociedad que era perfectamente lógico, legítimo e incluso justo que un feto con malformaciones pudiera ser abortado. No he sido consciente de ello hasta hace pocos años, pero del mismo modo se instauró en nuestra sociedad la normalidad del aborto sobre la base de un supuesto daño psicológico para la madre. En mi etapa universitaria después de pasar un buen rato con la novia o la amiga de turno si acontecía un retraso de algunos días era recurrente pensar «bueno, pues habrá que pensar en ir a una clínica» todos teníamos conocimiento de ellas y del precio que tenía abortar. El aborto era legal en España antes de que Zapatero cambiara la legislación, no gratuito, pero de lo más corriente. Tras la reforma, sobre la base de que la legislación anterior generaba riesgos para muchas mujeres, se facilitó el acceso al aborto. Es el desarrollo lógico de los acontecimientos después de muchísimos años encubriendo una situación que no era la adecuada. Si lo que se quería era abortar lo lógico es que se permitiera hacerlo con los menores riesgos posibles. En ese sentido no puede negarse que la ley de Zapatero fuera un acierto. Es realmente difícil luchar contra ese argumento desde un punto de vista estrictamente racional. “La gente va a abortar igual, regulémoslo”. Después viene todo eso de que es un “derecho” y que libera a la mujer y demás argumentos que a mi juicio se sostienen mucho menos.
Después de esta evolución del pensamiento social un feto con malformaciones es, a todas luces, mucho más “abortable” que uno sin malformaciones. “¿Cómo voy a tener un hijo subnormal?” “Mantener a un hijo subnormal es carísimo” “Yo no quiero que mi niño sufra” “Si mi hijo va a morir a los dos años de nacer va a ser algo durísimo” estas y otras afirmaciones suelen referirse cuando se habla del aborto de un feto que viene con malformaciones. ¿Quién piensa el feto o nosotros? ¿En quién pensamos en nosotros o en él? Es obvio que él no puede decidir, y probablemente no pueda llegar a hacerlo en la mayoría de las ocasiones pero ¿Es menos valiosa esa vida? Incluso cuando tememos por su futuro sufrimiento en realidad queremos que no sufra porque sabemos que sufriremos por él, sufriremos cuando lo pase mal, cuando llore y cuando le hagan el vacío y cuando… sufra todo lo que hemos sufrido en mayor o menor medida todos y cada uno de nosotros. Partimos de la idea de que todos somos iguales pero eso no significa que cada uno de nosotros vaya a sufrir lo mismo, ni vaya a ganar lo mismo, ni vayamos a ser idénticos en todo a los demás. Lo que ocurre es que optamos por no sufrir nosotros viendo sufrir a alguien que presumimos que va a hacerlo.
No puedo imaginar lo difícil que puede ser para una madre decidir continuar con un embarazo de un niño que a los pocos días o semanas de nacer va a morir. Pero que conozco casos de mujeres y de familias que lo han hecho y es impresionante ver la fuerza interior que desprenden. La alegría de haber podido tener en sus brazos a la criatura que gestaron durante nueve meses es lo más conmovedor que he visto en mi vida. La serenidad con la que hablan de ello años después es escalofriante. El amor que albergan en su interior es inmenso.

Sin embargo, en nuestra sociedad impera el miedo a sufrir y dudo que lo descrito llegue a ser lo habitual algún día. Posiblemente establecer por ley la prohibición del aborto en ese supuesto no sea la mejor medida para vencer el miedo a ese sufrimiento, al contrario entiendo que generará más rechazo y mayor temor al sufrimiento. Cuando sufrimos sólo encontramos alivio y cobijo en el amor de los demás. Entiendo que el amor es la mejor respuesta que le podemos dar al miedo a sufrir. No el amor a uno mismo sino el amor a los demás, al más débil, al más desprotegido. Soy un hombre de fe y creo firmemente que el amor puede con todo. Lo he visto, lo he vivido y lo vivo todos y cada uno de los días de mi vida. Paradójicamente no se habla del amor cuando se discute sobre el aborto. Hablamos, como hacía yo mismo un poco más arriba, de pasar un buen rato, de tener sexo sin protección, de echar un polvo… de manera que objetivamente es lógico que se esté a favor de sacarse de encima algo que no se quiere. Me pregunto todos los días si realmente seremos capaces de darnos cuenta de las consecuencias que tienen nuestros actos y de la importancia que deberíamos dar a los mismos. Si en algún momento pondremos en pausa la órbita de nuestro planeta y nos sentaremos a reflexionar desnudos, como seres humanos que somos, desprendidos de todo prejuicio sobre cómo queremos ser, a dónde queremos ir y qué es lo más importante.

Nuestros cojones.

Estoy realmente alarmado. El número de personas que comparan a Merkel con Hitler crece en un número considerable. He llegado a leer que Merkel está matando a españoles y a griegos. Lo realmente preocupante es que esto, cuya génesis se encuentra en los dirigentes del país y es repetido mecánicamente por los medios de comunicación, la gente se lo está creyendo a rajatabla.
Todo empezó con el famoso “los mercados nos atacan” “Los mercados asfixian la economía española” y cosas por el estilo. Ahora, después de que nos hayan rescatado, o nos hayan hecho un préstamo de 100 mil millones de euros (como dice Rajoy) se dice que Europa no nos ayuda, que el BCE y las instituciones europeas nos dejan caer y que la culpa de todo ello es de Frau Merkel, de los mercados, de Draghi… la culpa es de todos menos nuestra.

Tampoco deja de ser alarmante que muchos de los que dejan caer tales acusaciones se erigen como salvadores de la patria, o presumen de tener la solución a nuestros problemas (veáse tertulianos, político-tertulianos, periolistos, panfleteros y demás especímenes que pueblan los medios de comunicación y se autodenominan expertos en. Los todólogos que tan de moda están). Nos venden la moto de que si Alemania o el BCE abriera la mano nuestros problemas desaparecerían. Eso es falso, rotundamente falso. El mejor ejemplo es Grecia. ¿De qué han servido los dos rescates a Grecia? Absolutamente de nada. En Irlanda ya se está planteando un segundo rescate el año que viene, y Portugal parece ser el único país que está saliendo del agujero a costa de recortes muy duros, durísimos, de esos que alguna vez se leen en un medio de comunicación y se nos ponen los pelos de punta; medios de comunicación que obvian que esas medidas tan controvertidas están consiguiendo su objetivo y que probablemente dentro de cinco o seis años Portugal estará creciendo.

La crisis es fuente de nacionalismo y populismo, de coger atajos para llegar antes al final del camino, no importa a coste de qué o de quien. Algo que suele venir acompañado de consecuencias nefastas, y en el peor de los casos de guerras. Vivimos en un mundo, de por sí, frenético y la crisis acelera todo mucho más; queremos resultados de inmediato, no da tiempo a que las medidas adoptadas den fruto, y sólo se consigue que las siguientes medidas sean improvisadas y no meditadas, lo cual sólo consigue ahondar más el agujero.
La crisis debe ser un momento para reflexionar que se ha estado haciendo mal, que ha conducido a donde estamos y qué podemos hacer para salir de la situación en la que me encuentro, en definitiva hacer un diagnóstico. El problema de esto es que es realmente complicado y más si hacemos un diagnóstico tan cachondo como el que se ha hecho en España, donde una y otra vez se ha tratado de meter todo debajo de la alfombra y cuando hemos visto el bulto hemos tratado de aplastarlo y cuando no lo hemos conseguido hemos mirado hacia otro lado.
Mientras, a los ciudadanos un día nos dicen una cosa, al día siguiente otra y el tercer día nos dicen las dos cosas a la vez de una manera distinta. Añadámos a este cóctel que la ineptitud de nuestros dirigentes se ve agravada por la presión de los mercados, a los que, algo que a menudo olvidamos, nuestros dirigentes acuden una y otra vez reclamando financiación en buenas condiciones (si no son buenas condiciones es que nos atacan). El problema es que el mercado está saturado y cuando presta lo hace salvaguardando su propio interés, que al fin y al cabo es el interés de cada uno de nosotros (esto pocos lo creen, pero es así, ya lo he explicado alguna vez).

Como explicaba en un post anterior, el absolutismo del S. XXI tiene su génesis en nosotros mismos, y la crisis actual lo que hace es agudizar el egoísmo, encauzándolo hacia el nacionalismo, el populismo y en el buscar el atajo. Hemos pasado de buscar nuestro propio placer a tratar de mantener a toda costa el poco que nos queda. De este modo nos parece normal que un país como Alemania tenga que sacrificarse por el resto de los países. De este modo somos capaces de creernos cosas increíbles, como las milongas que nos cuentan los medios de comunicación imbuidas por los políticos, milongas como “nos atacan!!” o “Merkel es una nazi” o “Hitler utilizó la fuerza y Merkel la moneda”; hay otra muy divertida como “la solución está en volver a la peseta” (al respecto os remito a un interesante análisis que hizo Daniel Lacalle sobre las implicaciones de volver a la peseta). Y así la gente está alimentada, alienada y engañada con ideas peregrinas sobre la solución a la salida de la crisis. Ideas que no nos sacarán nunca de la crisis.

A poco que se piense nos daremos cuenta de que lo que nos dicen está manipulado por quien nos dirige. A poco que queramos rascar en la superficie nos daremos cuenta de que hay muchos españoles que viven fuera de España y contemplan con verdadero horror las barbaridades que se dicen en este país. A poco que queramos enterarnos de que va esto de la deuda soberana, de la prima de riesgo y del BCE, del LTRO, de la austeridad, del crecimiento y demás cosas que dicen que son muy técnicas y que si no hemos estudiado economía no las podremos entender, nos daremos cuenta de que, en realidad, no es tan difícil. A poco que nos esforcemos por entender la situación comprenderemos que lo que está ocurriendo es culpa de los que nos dirigen y de que nuestros dirigentes quieren lo mejor para nosotros, pero después de ellos. Nuestros dirigentes se afanan por buscar una salida a la crisis que no cercene sus privilegios, si se tienen que llevar la sanidad y la educación por delante, pues que así sea, si se tienen que llevar los derechos de los trabajadores por delante, pues que así sea, si tienen que endeudar a nuestros hijos, nietos y biznietos, pues que así sea.

Mientras la gran masa social de pábulo a lo que dicen los dirigentes, o a lo que dicen los todos los medios de comunicación (que es lo mismo que dicen nuestros dirigentes pero  con distinto color), mientras siga creyendo que los políticos piensan primero en los demás y luego en su interés, y mientras no nos preocupemos de pensar por nosotros mismos, de esforzarnos por enterarnos de lo que realmente está ocurriendo y actuar en consecuencia poco cambiarán las cosas. 

¿Qué crédito tiene un país que falsea sus cuentas? ¿Qué crédito tienen los políticos de un país que politizan las cajas y las usan a su antojo? ¿Qué crédito tienen los ciudadanos que les votan cada cuatro años como un rebaño de ovejas? ¿Qué crédito tienen unos ciudadanos que se dividen en dos bandos y se dedican a repetir como papagayos lo que dicen sus líderes? ¿Qué crédito tiene alguien que no piensa por sí mismo? ¿Qué crédito tiene el que lo hace y se queda de brazos cruzados o gimoteando porque nadie le hace caso?

Nos cabrea que Alemania no nos preste dinero, nos jode vivir en crisis, nos jode trabajar por poco dinero, nos jode todo lo que no sea obtener beneficio. Parece que hemos olvidado que en la vida no todo sale a pedir de boca. Parece que olvidamos que hay gente que está mucho peor que nosotros. Parece que olvidamos que si nosotros estamos en crisis el tercer mundo ya no existe. Yo, mi, me, conmigo, pero sólo para disfrutar, si hay que pensar demasiado o dejarse la piel, «conmigo no contéis, que lo haga otro que para eso le he votado», y si no me gusta el resultado me quejo, que para eso soy español y tengo más cojones que nadie. Pues a ver si lo demostramos donde hay que demostrarlo, porque si bien es verdad que el que no llora no mama, como sigamos así pasaremos de cojonudos a mamones, y seguramente no habrá para todos.

Reflexiones sobre la Justicia y el Derecho (I)

En el post que más visitas ha recibido este blog hablaba de un concepto algo abstracto: La justicia “social”. He de precisar que, strictu sensu, la justicia social, como me recordó algún compañero de carrera, hace referencia a la jurisdicción laboral. Derecho social y derecho de los trabajadores son sinónimos. También se alude a la vertiente social del derecho como aquella que se ocupa de las cuestiones más estrictamente sociales, términos como “Seguridad Social” no son aleatorios, aunque pueda parecerlo.

Obviamente cuando yo aludía a la justicia “social” estaba haciendo referencia a otra cosa bien distinta. Muchas preguntas me hicieron entonces acerca de la justicia, así que este va a ser el primero, y espero que no el último, de una serie de post donde tengo intención de reflexionar, sin ser exhaustivo en todas mis afirmaciones, sobre la Justicia y el Derecho. 

Todos tenemos una idea de lo que debe ser la justicia, pero cuando nos preguntan que definamos lo que es la justicia difícilmente se puede hacer sin aludir a lo justo o a lo injusto. Lo más fácil para explicar lo que es justicia es referir un supuesto de hecho y calificarlo como justo o injusto.
En algunos casos es muy fácil determinar cuando un hecho es justo o injusto, pues la visión de las personas acerca de un mismo hecho es idéntica. Sin embargo, no ocurre así con todo. Cuanto más complejo es un hecho, más complejo resulta determinar si es justo o no.

Un caso que me llamó mucho la atención en la carrera fue el de los juicios de Nüremberg. Hasta que llegué a la carrera nunca me había planteado sí las condenas que dictaba aquel tribunal eran justas o injustas. Para mí era una obviedad que aquellos que habían protagonizado y dirigido la mayor masacre de la humanidad pagaran sus crímenes y que eso era justo.
No obstante, el hecho de que algo parezca a priori parezca justo no significa que lo sea. La justicia debe entenderse como una suma de principios, o de garantías, para asegurarnos que aquellos que creemos justo, realmente lo sea. Una de estas garantías es el derecho a un juez imparcial. ¿Qué juez podía ser imparcial después de la II Guerra Mundial? Probablemente más de uno, pero difícilmente uno que perteneciera al bando aliado; puede que lo fuera, pero formalmente es un dato llamativo. En la grandísima película Vencedores o Vencidos se revela esta contradicción en algunos pasajes de la misma.

Partiendo de este supuesto de hecho, en el que espero haberos revelado que en el mundo del derecho no hay blanco y negro, cabe preguntarnos: ¿Justicia y derecho coinciden? La mayoría imagino que inmediatamente contestará: No.
Y esa es la realidad. Pero la respuesta no debe ser tan taxativa. No siempre, es en mi opinión, la respuesta adecuada.

Siempre he tenido la manía de hacer una comparación un tanto atrevida, para mí el derecho es a la sociedad lo que la medicina al cuerpo humano. Me explico. La medicina es la ciencia dedicada al estudio de la vida, la salud, las enfermedades y la muerte del ser humano. Mientras que el derecho, en mi opinión, no es un mero conjunto normativo. Obviamente es un conjunto normativo por el que se rige una sociedad, pero al igual que la propia sociedad es una realidad viva y que trata de responder a las necesidades de la misma buscando promover la justicia, esto es la salud.
Mi comparación con el campo de la medicina viene a cuento de que en el derecho, al igual que en la medicina, hay conflictos (enfermedades) para las que no hay solución, o para las que aún no se ha encontrado la respuesta (la cura). No obstante el jurista (los investigadores del mundo del derecho, que los hay) busca el remedio para solucionarlo. Y aquí al igual que en la medicina caben distintas respuestas a una misma solución. Puede promulgarse una nueva ley, puede recurrirse a las ya existentes dándoles una interpretación distinta, puede recurrirse a sentencias dictadas con anterioridad para un supuesto de hecho idéntico…
Podría dar más analogías y numerosísimas diferencias, pero puede que aborde esta cuestión en otro post, ahora voy a volver a la justicia.

¿Es justo que alguien que después de violar a una discapacitada intelectual, de atropellarla siete veces, y quemarla viva, quede libre después de cumplir una condena de 4 años? La respuesta es muy sencilla. El problema del derecho es que no puede centrarse en regular los casos concretos, y un problema mayor aún es que es incapaz de prever hasta donde es capaz de llegar la crueldad del hombre. Antes del caso de Sandra Palo difícilmente era imaginable que un menor, de 14 años de edad, pudiera protagonizar un crimen tan horripilante.
Ante actos tan improbables el derecho queda sin respuesta y se produce una injusticia en toda regla. Son las denominadas lagunas del ordenamiento jurídico, casos para los cuales no hay respuesta, o la hay pero no es una respuesta adecuada.
Ocho años después, que un menor de edad sea capaz de cometer un asesinato no parece tan descabellado, y la realidad jurídica trata de responder a la realidad social, pero debemos tener presente una cosa, la realidad social siempre irá por delante de la realidad jurídica y siempre se producirán casos análogos al de Sandra Palo. La culpa de que se produzcan injusticias, en estos casos, no es del derecho, sino del hombre que trata de saltárselo.

¿Es justo que el ex-Presidente de la Generalidat Valenciana sea declarado no culpable después de que los medios de comunicación nos hicieran creer que era culpable de un delito de cohecho impropio? En este caso algunos tendrán la respuesta muy clara, otros dirán que mi pregunta es capciosa, y otros dirán que le deberían haber condenado por otra cosa y no por tres trajes absurdos. A estos últimos les diría que estoy de acuerdo con ellos. Y al igual que a él a más de uno, pero esto es harina de otro costal.
El caso de Camps es más turbio (que no complejo desde el prisma de la justicia, el cual es el que estamos abordando), mucho más, que el de Sandra Palo. Muchos han dado por hecho cosas que en realidad ignoran. Para que un juicio pueda ser justo requiere partir de un hecho cierto, de ahí las pruebas que se presentan en todo proceso. La prueba tiene el objeto de determinar la certeza del hecho en cuestión, y una vez determinado el mismo es en base a él cuando se puede emitir el juicio.
Todo el mundo considerará una aberración y algo propio de una dictadura el hecho de que condenen a prisión a una persona en base a la declaración de una sola persona, o incluso de dos ¿o no? ¿O sólo nos parece una aberración cuando no nos han hecho creer que una persona es culpable?

Y ¿qué ocurre cuando hay indicios pero éstos no son suficientes para condenar? En materia de pruebas podemos considerar que el caso Camps y el del Marta del Castillo son similares. La mayoría de la sociedad tiene la impresión de que con certeza sabe quien es el culpable y exige justicia. Pero cuando se exige justicia se exige también un juicio justo y esto conlleva una serie de garantías. Que no se haya condenado a Camps, o que no hayan sido condenadas más personas que parecían culpables en el caso de Marta del Castillo no es capricho de un juez, o de un grupo de jueces, por mucho que a más de uno les de por decir otra cosa. El hecho de que no sea un capricho encuentra su explicación en el denominado “in dubio pro reo”, en caso de duda se absuelve al imputado. ¿Por qué? Pues en Roma, hace un par de miles de años, se dieron cuenta de que es preferible que una persona sea declarada no culpable a que se le condene injustamente. Este argumento que se utiliza por aquellos que están en contra de la pena de muerte, a menudo se olvida cuando las condenas sólo son privativas de libertad. No debemos olvidar que la libertad es uno de los derechos fundamentales que consagra cualquier constitución democrática, y los reparos en limitarlo deben ser iguales que los que ponemos al limitar el derecho a la vida.

La denuncia que muchas personas me han hecho llegar es que este sistema tan garantista permite que los criminales queden libres. Es posible, pero esa denuncia parte de una presunción que es contraria a la idea de justicia. Esta presunción no es otra que considerar que estamos ante unos criminales, cuando, y éste es otro principio fundamental de todo Estado de Derecho, todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario. ¿A quién le parece justo que una persona sea condenada a pasar 20 años en prisión en base a que parece culpable? Todos conocemos, no sólo por las películas, casos en que han sido condenados personas inocentes, aún teniendo un sistema tan garantista como el que tenemos, ¿Nos hemos parado a pensar que ocurriría si fuera menos garantista? Yo os daré la respuesta, que el número de condenas injustas sería mucho mayor.

Lo que ocurre es que cuando se pierde la objetividad, cuando la indignación se apodera de nosotros y consideramos que estamos en posesión de la verdad absoluta, quedamos tan cegados que estamos dispuestos a perder garantías en aras de lo que en principio nos parece algo de toda justicia.
Y aquí viene a colación el último de los casos que voy a citar. El del juez Garzón. No voy a hablar sobre la sentencia, puesto que ya la comenté en su día. Voy a hablar del hecho que llamó poderosamente mi atención. Tras la condena al juez Garzón una encuesta que publicaba el País reflejaba que una considerable mayoría de personas estaban dispuestas a ver reducidas esas garantías de las que hablaba. En particular que un juez pueda mandar grabar las conversaciones entre el abogado y su cliente. Y aquí entramos en otro de los principios que acompañan a la idea de justicia, el derecho a la defensa y a un juicio justo.
Pero como no quiero alargarme, dejaré este tema junto con el de la independencia, la seguridad jurídica, la legalidad, la irretroactividad de las disposiciones sancionadoras no favorables o restrictivas de derechos individuales, la responsabilidad y la interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos para otras reflexiones sobre la justicia.