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Mediocridad Millenial

Este principio de año he tenido tiempo para observar leer y reflexionar; hoy me gustaría compartir con vosotros un vídeo (está en inglés y dura 15 minutos, no es necesario verlo para seguir leyendo, pero lo recomiendo).

El video habla de los millenials, Simon Sinek nos viene a decir que los que pertenecemos a esta generación somos víctimas de: Una mala educación, de la tecnología, de la gratificación instantánea y de nuestro entorno. Acierta en muchas cosas de las que dice, como la eterna insatisfacción de los millenials a pesar de que se nos dé todo lo que pidamos, o que la gratificación instantánea a la que se nos ha acostumbrado nos deja en pelotas ante las relaciones laborales o las relaciones personales profundas. Por no hablar de la adicción al móvil que, todos, tenemos.

No estoy de acuerdo con todo lo que dice el vídeo. Los millenials no somos víctimas. Y aquellos millenials que cerca de los treinta años siguen pensando que todo se consigue por tener una cara bonita o por pedirlo de buenas maneras (o pataleando mucho) son simplemente unos inmaduros. Parece que las víctimas abundan en nuestro país, no hay más que echar un vistazo a la situación política de nuestro país. Pero voy más allá y me atrevo a decir que la clase dirigente que tenemos actualmente es la que trata a la sociedad como a un millenial: el gobierno que tenemos nos trata como a niños pequeños que van a obtener todo lo que quieren si lloran o gritan lo suficiente, todo por el temor a que aquellos los que lo consienten todo sin necesidad de una queja alcancen el poder. Es aquí donde entra la mediocridad.

Mediocridad como la que demuestra Simon Sinek en el video, que parece incapaz de darse cuenta de que todo el mundo no se esfuerza igual en igualdad de condiciones. La referencia que hace al millenial que se sentía mal por ganar un premio por participar (probablemente era el que había quedado último por haber estado haciendo el canelo durante toda la clase de gimnasia), obvia que el que quedaba el primero era consciente de que ese capullo se iba a casa con una medalla. Todos hemos visto en clase de gimnasia llegar a los últimos andando porque no querían correr.  Y no, Simon, ese canelo no se sentía mal, ese millenial seguirá haciendo el estúpido hasta que alguien le diga que no vale ni para hacer la ‘o’ con un canuto. Y esto se puede decir de muchas maneras, no hace falta humillar a nadie ni usar malas palabras, pero hay que decirlo. Hay que decir la verdad porque cuando se miente el problema solo se posterga en el tiempo y esas mentiras son las que han generado el problema de que los llamados millenials sean tan difíciles de satisfacer ¿Por qué no suspender al que tarda 10 minutos en dar la vuelta a la cancha de baloncesto andando? Porque nadie suspendía gimnasia. No señor, ese que tardaba diez minutos en dar la vuelta a la cancha se tenía que haber ido a su casa con 0 en gimnasia por imbécil.

Además, también hay que decir que el que ganaba percibía que se premiaba -quien diga que aprobar después de dar la vuelta a la cancha de baloncesto en 10 minutos no es un premio se puede ir a hacer gárgaras- al que no se esforzaba igual lo que genera distorsiones varias: Una, puedes ganar algo si no te esfuerzas. Dos, gano menos a pesar de haber sido el mejor porque nuestro sistema está diseñado para premiar a todos con lo cual mi recompensa no es la que debería ser en condiciones normales. Tres, si dosifico adecuadamente mi esfuerzo puedo seguir ganando siempre, aunque no me esfuerce al máximo durante todo el tiempo. De manera que se consigue algo totalmente devastador, desincentivar la pasión por hacerlo lo mejor posible. Pero no sólo eso, además consigues que aquellos que realmente han hecho las cosas lo mejor posible no se sientan considerados; se sientan peor, cuando en realidad son los únicos que se preocupan por mejorar, ya sea encontrando su pasión, trabajando por ella y por el reconocimiento de la recompensa. Recompensa que sólo encontrarán cuando aterricen en un entorno de excelentes y no de mediocres.

Después de esta observación reflexiono y me pregunto ¿Cómo aplicamos esta metáfora de la gimnasia al sistema educativo español? LOGSE: Aunque suspendas dos asignaturas pasas de curso. La que haya ahora: Aunque suspendas cuatro pasas de curso. Dentro de cinco años será, aunque saques todo 3,5 podrás ser médico. Porque ese gobierno millenial al que hacíamos referencia nos permite desentendernos de afrontar la frustración de nuestro niños así como olvidarnos de que la competencia sana es positiva. 

Siguiendo con el vídeo de Simon me pregunto ¿Cuál considero que es el papel que juega la tecnología en todo esto? Que la mayoría de los millenials sabemos manejar un ordenador, un Smartphone o hablar inglés mejor que la mayoría de nuestra generación anterior. Tenemos mayor capacidad para hacer determinadas tareas que aportan un alto valor añadido a cualquier cosa que se trate de acometer en el Siglo XXI, desde hacer una página web a usar y entender las redes sociales de forma efectiva, pasando por cosas más complejas como saber explicar lo que es blockchain o sacar partido de la economía colaborativa. Por desgracia para las generaciones anteriores a la nuestra eso es una ventaja competitiva que a medida que pasa el tiempo va haciendo más grande la brecha digital entre unos y otros. Por desgracia para los millenials a medida que pasa el tiempo las generaciones que nos preceden también se hacen más conservadoras y el hacer ver con nuestros ojos a nuestros mayores el mundo tal y como lo vemos es más complicado de lo que parece. Eso conlleva, entre otras cosas, que para el Millenial que realmente se esfuerza no exista una percepción de referentes nacionales válidos en los que depositar su confianza. La mediocridad se percibe en una y otra generación por encima de cualquier otra cosa: Los imbéciles que han llegado sin hacer ruido a lugares donde se han convertido en referentes para el resto de mediocres que les han acompañado a lo largo de toda su vida. Aquí incluyo: A los empresarios o emprendedores, según la generación, que son un fraude (el lenguaje común me obliga a matizar para que los menos agudos entiendan que estoy hablando de ambas generaciones), políticos que engañan con sus cantos populistas de sirena, hijos de papá que han conseguido el enchufe para que pase lo que pase tenga una nómina, ya se la pague el padre o el amigo del padre… Con un problema adicional, el mediocre se rodea de gente más mediocre aún y relega al brillante a puestos donde luzca menos para que su posición no se vea amenazada. Todo lo contrario que promovía Steve Jobs en Apple o Jeff Bezos en Amazon. Este último al principio sólo se contrataban a empleados que tuvieran un coeficiente superior o igual al de los empleados existentes. 

Concluyo señalando que no soy de los que piensan que los millenials seamos vagos, creídos, o soñadores. Simplemente es una cuestión de madurez. Nuestra maduración ha sido más lenta y estamos entre dos generaciones que han madurado y que maduran más rápido que nosotros, lo cual nos hace vernos relegados en muchos aspectos. ¿Eso nos da patente de corso para quejarnos y protestar como cuando éramos pequeños? Si optamos por hacerlo no sólo nos estaremos condenando a nosotros mismos, sino que, además, estaremos promoviendo que los mediocres sigan dictando nuestro futuro en la empresa, en la administración, en la política, en la educación y en todos los ámbitos. La satisfacción de haber puesto el alma y todo el esfuerzo en una cosa tiene una recompensa que sólo una persona suficientemente madura es capaz de reconocer. Reflexionemos nuevamente sobre que país queremos, maduremos y demostremos que no somos víctimas de nada. Si comenzamos el año así, es probable que dé una buena cosecha.

En honor a la falsedad

La realidad del siglo XXI es compleja desde cualquier ángulo del que miremos. Hace mucho que la sociedad occidental dejó de ser una sociedad proactiva y pasó a convertirse en una sociedad reactiva. Sin duda alguna el papel de la televisión, y más recientemente internet, juegan un papel fundamental en este cambio de rol. La autenticidad de nuestros líderes, ya sean civiles o políticos, pende de un hilo y basta cualquier testimonio, información sacada de contexto o paso en falso para que dicha autenticidad sea destruida. Y, todo lo contrario, también permite reafirmar la autenticidad puesta en tela de juicio cuando ésta ha quedado en evidencia. Esto tiene una consecuencia inmediata: La polarización de la sociedad.
Cuando el impacto de una información se produce en aquellas personas que son más reactivas, éstas en función de la ideología o, a veces de la simple simpatía que les despierta la cuestión concreta, adoptan una postura a favor o en contra de la situación que produce el impacto. Si esta información se refiere a líderes de opinión, políticos, equipos de fútbol etc. encontramos que acto seguido, como si de capullos en flor se tratara, aparecen numerosos artículos de opinión apoyando una facción u otra. Hooligans de la información -más bien de la desinformación- que se afanan en reclutar más adeptos para la causa. La mayoría de las ocasiones tan sólo consiguen polarizar dos posturas distintas.

Lo dramático de todo esto es que llega un punto en que no hay manera de saber la verdad. Antes de la llegada de los medios de comunicación masivos tan sólo unos pocos narraban la historia. Normalmente se trataba de personas que habían tenido una relación directa con los hechos acontecidos y que daban testimonio de los mismos a través de diarios, informes, cuadernos de bitácora o memorias. Pero en la actualidad el titular que consigue ser Trending Topic en Twitter, más shares en Facebook o más audiencia en televisión es el protagonista e importa bien poco si ese titular se acerca mucho o poco a lo que de verdad ha ocurrido. Una anécdota que refleja lo que estoy diciendo es aquellos famosos TT donde se expresaban condolencias por la muerte de un famoso que no había fallecido. Más recientemente, y con motivo del Nobel de la Paz circuló que se había concedido el Nobel de literatura a Paulo Coelho, me pareció tan verosímil que estuve a punto de compartirlo en mis redes sociales. No obstante, busqué la noticia para confirmarlo, era un bulo. Cientos de miles de personas lo creyeron.
Anécdotas que se quedan en anécdotas es algo que no hace daño. Pero la compleja realidad que mencionaba al comenzar este artículo nos revela que probablemente estemos menos informados de lo que de verdad ocurre en el mundo que hace una década. Los conflictos se han multiplicado, del mismo modo lo han hecho las crisis humanitarias (Siria, Sudán del Sur, Turquía, Venezuela, Haití, y todas las que están silenciadas), los acontecimientos políticos que resultan decisivos para el devenir de las futuras generaciones se reproducen de manera tan continuada que nuestros líderes son incapaces de reaccionar con todos los elementos necesarios para tomar la decisión adecuada. Todo ello bajo un halo de falsedad y medias verdades interesadas que termina por provocar el deseo de estar lo más alejado y desconectado de la cruda realidad. Y, no seamos ingenuos, muchos saben que esa desconexión de la realidad es un deseo reprimido que se hace cada vez mayor en nuestra sociedad: Turismo low cost para un chute de desconexión de 5 días, drogas de diseño cada vez más potentes y una percepción cada vez más favorable a fumar ‘canutos’, dispositivos de realidad virtual que te proporcionan todo tipo de experiencias, incluidas las sexuales… hasta el punto de perder la referencia de lo que es falso y lo que es real. Hasta el punto de ser cada vez menos proactivos y más reactivos y por ende previsibles y manipulables.

Breve reflexión sobre el liberalismo económico y el liberalismo en general.

En primer lugar he de confesar que no soy alguien que se sienta atraído especialmente por el liberalismo. No me interesan demasiado los escritos de los autores liberales. Puede que ello esté motivado por el hecho de que siempre han sido minoritarios. No lo sé.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, ha llamado mi atención la existencia de un enconado debate económico entre los partidarios de Hayek (liberales) y los de Keynes (intervencionistas). No trato de abordar el tema con un carácter exhaustivo, pero si hacer una serie de reflexiones que vienen rondando por mi cabeza en los últimos tiempos.

Como alguien ajeno a teorías económicas trato de recabar la máxima información sobre las diferentes propuestas que existen para salir de la crisis. Fue hace dos años cuando oí por primera vez de Hayek. Muchos años antes en clase de historia nos habían hablado de Keynes y su importante contribución a la salida de la crisis de los años treinta. Antes de escuchar las propuestas de Hayek consideraba que las políticas de estímulo y de crecimiento eran las acertadas, pues éstas, supuestamente, habían conseguido que EEUU superara la gran recesión. Pero había un hecho que llamaba mi atención. Mientras que gracias al “New Deal” se habían llevado a cabo importantísimas infraestructuras, entre ellas la presa Hoover, y todo parecía que se había planeado con vistas a un futuro más lejano que cercano, los planes de estímulo aplicados hace escasos años no representaban nada significativo y su justificación era de todo cortoplacista: Salir de la crisis a cualquier precio. Si uno se informa y busca comprobará que reasfaltar carreteras, construir aeropuertos fantasma o poner aceras donde ya las había no ha sido algo exclusivo de nuestro país. ¿Para qué han servido entonces los planes de estímulo? Si algo había sacado en claro de las lecciones de historia era que gracias al New Deal se habían sentado las bases para un crecimiento basado en la industria y en la producción. Casi un siglo después parece que algo de eso se nos ha olvidado. Fue entonces cuando se despertó mi interés en las propuestas liberales.

A mi juicio, un plan de estímulo puede ser bueno o malo. El intervencionismo en sí mismo puede generar efectos indeseados. Los liberales reiteran una y otra vez que el intervencionismo genera incentivos perversos y que suelen ser contraproducentes para aquél que es eficiente y cumplidor. Pero a mi juicio un plan de estímulo bien diseñado puede minimizar esos incentivos perversos y generar un resultado positivo para el conjunto de la economía.
Por el contrario los denominados keynesianos sostienen que los estímulos son imprescindibles para generar ese crecimiento y que es la inversión pública la única que es capaz de generar ese crecimiento en momentos de depresión. Lo curioso del tema es que la excusa que dan, ante los reiterados fracasos de las políticas de estímulo que hasta ahora se han acometido, es que no han sido lo suficientemente “agresivas”. Es decir, que a mayor estímulo el resultado habría sido mejor del que ha sido. Para mí sería más convincente que reconocieran que se han diseñado mal los planes que se han programado y que por eso éstos no han tenido el efecto deseado.

Para el ciudadano medio, aquél que lee y escucha las noticias económicas y prácticamente se queda igual; el debate entre una política económica u otra le es completamente ajeno. Como mucho le llega la falsa contradicción entre austeridad y crecimiento; asociando la austeridad a los recortes y al cumplimiento del déficit y el crecimiento a que Alemania se opone porque son muy tacaños. Y es aquí donde los partidarios del liberalismo económico tienen buena parte de la batalla perdida.
Reflexionando sobre ello llego a la conclusión de que no es porque los partidarios del liberalismo económico sean malos comunicadores. Tampoco lo es el hecho de que los medios de comunicación sean, por así decirlo, partidarios de las políticas de crecimiento, aunque es verdad que en algunos casos la realidad es bastante patética.

Pasando ya a la segunda parte de mi reflexión, bajo mi punto de vista el hándicap del liberalismo económico, y puede que también de liberalismo en general, se encuentra en que para llegar a entender lo que pretenden hay que realizar una reflexión profunda.
El liberalismo surgió como contraposición al Estado absoluto y al poder tiránico que éste representaba. El estado absoluto ya no existe. Sin embargo, los partidarios del liberalismo tratan de equiparar, o al menos eso parece, el estado actual al estado absoluto. La digresión que ello supone para todos los que se han desarrollado gracias al Estado, llamado del bienestar, hace que difícilmente puedan llegar a entender lo que aquéllos proponen.
Un ciudadano medio tenderá a rechazar la reducción del Estado al mínimo porque concibe que el Estado es el que garantiza todo lo que le sustenta. Sólo el que se plantea que es capaz de alcanzar mayores cotas con su esfuerzo individual, sin ayuda del Estado, puede comenzar a atisbar el verdadero significado del liberalismo. Al menos como yo lo entiendo. Ese esfuerzo que el liberalismo exige del individuo es rechazado por aquellos que han sido capaces de acostumbrarse a vivir a costa del esfuerzo de los demás. Y es que, por desgracia, uno de los incentivos perversos que genera el intervencionismo estatal es precisamente ése: la posibilidad de que diversas personas hayan adquirido la capacidad de convertirse en “necesitados” cuando realmente están perfectamente capacitados para esforzarse por ellos mismos y alcanzar mayores cotas de bienestar que las que ofrece el Estado a costa de los que se esfuerzan más. Esta afirmación que para algunos no tiene ningún misterio resulta difícilmente comprensible para buena parte de los españoles. Y es aquí donde el mensaje liberal naufraga. Renunciar a derechos adquiridos a costa de otros es algo que no está en los planes de aquél que concibe que esos derechos son exclusivamente suyos.

Asimismo también juzgo como problema del liberalismo el que se asocie de un modo excesivo, incluso por sus partidarios, al individualismo. La clave radica en que ello no tiene porqué ser así; ese afán por tratar de ensalzar al individuo en sí mismo, sin, en la mayoría de las ocasiones, el necesario apoyo de los que le rodean, genera el rechazo de aquellas personas que tienen la convicción de que dos hombres libres que se entienden y coordinan pueden más que uno sólo. Ignoro si hay corrientes liberales más moderadas en relación al aspecto del individualismo. Y también comprendo que es probable que muchos no piensen de esa manera. Pero eso es lo que cala. Y es eso es lo que lleva a decir a algunos que las propuestas liberales son desvaríos, y por ende las ignoran.
Y la cuestión del individualismo enlaza, con el que a mi juicio, puede que sea el mayor problema que tienen los liberales para transmitir su mensaje. Son diversos los liberales, con carreras exitosas y brillantes en su campo profesional, que uno puede conocer y leer en diversos rincones de la red. Sin embargo, se percibe que están, puede que inconscientemente, más centrados en ellos mismos que en aunar y concentrar esfuerzos para ser una alternativa sólida. Esto último es una mera percepción personal y puede ser que no sea del todo justa.
No obstante, es ahora cuando se echan en falta alternativas, y creo que cada vez más somos más los que echamos en falta una alternativa liberal seria, tangible, de carácter progresivo en sus propuestas y articulada en torno a gente que realmente está preparada y que está ahí, previsiblemente dispuesta a cambiar las cosas, pero sin la iniciativa y la fortaleza suficiente para tomar cuerpo. Un cuerpo que, por otra parte, no tendría por qué ser necesariamente político.

Me podría extender más, pero no es el lugar. Lo que está escrito es lo que pienso. ¿Qué piensas tú?

“Aquellos que cederían la libertad esencial para adquirir una pequeña seguridad temporal, no merecen ni libertad ni seguridad.” Benjamin Franklin.

La ignorancia campa a sus anchas y la humildad brilla por su ausencia.

A diario asisto atónito a la cantidad de barbaridades que puede decir la gente. Las dicen por la televisión, en la radio, en las redes sociales, en la calle… donde se tercie. Barbaridades que ponen de manifiesto la ignorancia que reina en esta España nuestra.
Siempre ha sido una costumbre muy española la de fanfarronear y la de hablar de cosas sobre las que no se tiene ni la menor idea. Hacer algún comentario gracioso, el chascarrillo de turno, cuando no se sabe que decir viene bien para salir del paso, el problema es que algunos van y se lo creen. Y después, ese ignorante, que ha leído u oído ese chascarrillo lo comenta como si fuera una verdad absoluta, y resulta que el que sabe que eso es una barbaridad, en lugar de sacarle del error piensa que eso es una gracia y le resta importancia… y así crece y crece la pelota hasta hacerse tan grande que se la cree hasta algún medio de comunicación y lo publica. Entonces la pelota pasa a ser noticia y lo que empezó siendo un chascarrillo se convierte en verdad absoluta para muchos. Esto ha pasado, y por inverosímil que parezca, ocurre.
¿Por qué ocurre? Pues porque somos unos ignorantes. Ahora que tenemos internet parece que eso de recordar las cosas no hace falta. Tenemos que pensar mucho contestar si el Tajo desemboca en el Mediterráneo o en el Atlántico, no sabemos lo que es un verbo transitivo, y si nos preguntan por la capital de Bolivia nos ponen en un compromiso.

A pesar de eso tenemos la osadía de dárnoslas de sabihondos, de expertos en todo, de opinar alegremente sobre el sexo de los ángeles y dar por sentado que lo que nosotros decimos es lo más sensato, lo más adecuado, y lo más supercalifragilísticoespialidoso. Somos así de cojonudos. Y ojo con querernos bajar del burro, porque somos capaces de empezar por llamarte facha y acabar mentándote a la madre que te parió.
De modo que además de ignorantes no tenemos ni una pizca de humildad. Tenemos internet, tenemos un espacio para decir lo que nos rote (lo que nos de la gana), y si encima somos cobardes lo podemos hacer desde el anonimato. ¿Qué no estoy seguro de lo que afirmo? ¿Qué no se muy bien de lo que hablo? Que más da… si seguro que la mayoría de los que me escuchen o lean tampoco tienen ni la más mínima idea.
Aparte de la cura de humildad, que nos hace buena falta a todos, tampoco estaría de más el que antes de lanzarnos a dar una opinión sobre uno u otro asunto nos molestáramos en saber de que va realmente ese asunto. Particularmente me hizo mucha gracia, dada mi condición de leguleyo, que después de las elecciones generales se montara una “campaña” (lo entrecomillo porque duró dos días y ya nadie se acuerda) para que se cambiara la ley D’hont, cuando la mayoría de los que clamaban por esa reforma no tienen idea de, primero: Por qué en España se adoptó la Ley D´Hont; segundo, que es un sistema de representación proporcional y las ventajas y desventajas que tiene frente a otros sistemas electorales; y tercero, que ellos en realidad lo que quieren es que la circunscripción sea única y no provincial. Cuando tratas de explicar esto pareces un bicho raro, así que directamente, como “el que sabe” al que me refería anteriormente, no le das importancia, remites algún blog donde hablan en profundidad y con conocimiento del tema y lo dejas estar, seguro de que más de la mitad de los que lean el blog no lo entenderán y que esa mitad no será ni la mitad de la mitad de los que lo vayan a leer.

Y con esto termino. Lo tenía que decir. Empezando por mí, menos hablar por hablar, más hablar con conocimiento de causa, y humildad señores, que buena falta nos hace a todos.