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En honor a la falsedad

La realidad del siglo XXI es compleja desde cualquier ángulo del que miremos. Hace mucho que la sociedad occidental dejó de ser una sociedad proactiva y pasó a convertirse en una sociedad reactiva. Sin duda alguna el papel de la televisión, y más recientemente internet, juegan un papel fundamental en este cambio de rol. La autenticidad de nuestros líderes, ya sean civiles o políticos, pende de un hilo y basta cualquier testimonio, información sacada de contexto o paso en falso para que dicha autenticidad sea destruida. Y, todo lo contrario, también permite reafirmar la autenticidad puesta en tela de juicio cuando ésta ha quedado en evidencia. Esto tiene una consecuencia inmediata: La polarización de la sociedad.
Cuando el impacto de una información se produce en aquellas personas que son más reactivas, éstas en función de la ideología o, a veces de la simple simpatía que les despierta la cuestión concreta, adoptan una postura a favor o en contra de la situación que produce el impacto. Si esta información se refiere a líderes de opinión, políticos, equipos de fútbol etc. encontramos que acto seguido, como si de capullos en flor se tratara, aparecen numerosos artículos de opinión apoyando una facción u otra. Hooligans de la información -más bien de la desinformación- que se afanan en reclutar más adeptos para la causa. La mayoría de las ocasiones tan sólo consiguen polarizar dos posturas distintas.

Lo dramático de todo esto es que llega un punto en que no hay manera de saber la verdad. Antes de la llegada de los medios de comunicación masivos tan sólo unos pocos narraban la historia. Normalmente se trataba de personas que habían tenido una relación directa con los hechos acontecidos y que daban testimonio de los mismos a través de diarios, informes, cuadernos de bitácora o memorias. Pero en la actualidad el titular que consigue ser Trending Topic en Twitter, más shares en Facebook o más audiencia en televisión es el protagonista e importa bien poco si ese titular se acerca mucho o poco a lo que de verdad ha ocurrido. Una anécdota que refleja lo que estoy diciendo es aquellos famosos TT donde se expresaban condolencias por la muerte de un famoso que no había fallecido. Más recientemente, y con motivo del Nobel de la Paz circuló que se había concedido el Nobel de literatura a Paulo Coelho, me pareció tan verosímil que estuve a punto de compartirlo en mis redes sociales. No obstante, busqué la noticia para confirmarlo, era un bulo. Cientos de miles de personas lo creyeron.
Anécdotas que se quedan en anécdotas es algo que no hace daño. Pero la compleja realidad que mencionaba al comenzar este artículo nos revela que probablemente estemos menos informados de lo que de verdad ocurre en el mundo que hace una década. Los conflictos se han multiplicado, del mismo modo lo han hecho las crisis humanitarias (Siria, Sudán del Sur, Turquía, Venezuela, Haití, y todas las que están silenciadas), los acontecimientos políticos que resultan decisivos para el devenir de las futuras generaciones se reproducen de manera tan continuada que nuestros líderes son incapaces de reaccionar con todos los elementos necesarios para tomar la decisión adecuada. Todo ello bajo un halo de falsedad y medias verdades interesadas que termina por provocar el deseo de estar lo más alejado y desconectado de la cruda realidad. Y, no seamos ingenuos, muchos saben que esa desconexión de la realidad es un deseo reprimido que se hace cada vez mayor en nuestra sociedad: Turismo low cost para un chute de desconexión de 5 días, drogas de diseño cada vez más potentes y una percepción cada vez más favorable a fumar ‘canutos’, dispositivos de realidad virtual que te proporcionan todo tipo de experiencias, incluidas las sexuales… hasta el punto de perder la referencia de lo que es falso y lo que es real. Hasta el punto de ser cada vez menos proactivos y más reactivos y por ende previsibles y manipulables.

Bang bang

La semana pasada las redes sociales en nuestro país echaban humo porque se iba a sacrificar a un perro que había estado en contacto con una infectada por el virus ébola. Si se cuenta de una manera despersonalizada la cosa no parece tan seria. Es más, el punto de histeria colectiva en relación a ese tema ni se hubiera planteado en el caso de que los hechos hubieran acontecido en un país vecino. De hecho, apenas llevamos tres meses preocupados por una enfermedad de la que casi nadie había escuchado hablar, como para preocuparnos por los seres humanos fallecidos o los animales sacrificados a lo largo del 2014 por causa del ébola.
Hace algo más de un año reflexionaba sobre la capacidad que las redes sociales tienen de acercarnos determinados hechos a cuenta del accidente de Angrois y de la horrible forma en que lo hacen. Los hechos acontecidos esta última semana revelan que las cosas no han cambiado mucho. Unos medios de comunicación cuya ética brilla por su ausencia junto con una sociedad que se afana en señalar culpables sin importarle las consecuencias de lo acontecido son buena muestra de ello.

Esta mañana he asistido a una conferencia donde se comentaba que el progreso que supuso la revolución industrial, en términos de mejora de la calidad de vida de millones de personas desde el S. XIX hasta nuestros tiempos, tiene como contrapartida un efecto demoledor para ese progreso: el poner en primer plano la pobreza con la que aún no se ha conseguido acabar. Sin entrar en disquisiciones sobre si el modelo económico actual es incapaz de acabar con esa pobreza o no, lo cierto es que bajo mi punto de vista se produce un efecto similar en lo que se refiere al materialismo predominante en nuestra sociedad.
En este sentido, somos capaces de cosificar algo como un embrión, o una vida agonizante entendiendo que es algo de lo que se puede prescindir sin mayores problemas porque así evitamos sufrimientos en el futuro. Sin embargo, cuando se trata de algo que podría decirse que es ajeno al ser humano, independientemente de los vínculos que los dueños del ya anciano Excalibur (tenía 12 años) hayan estrechado con él, la reacción social es de tal magnitud que hasta algunos medios de comunicación han sacado en portada al desdichado animal (La Razón).
Con estas palabras no trato de minusvalorar la vida de Excalibur, únicamente trato de plasmar los pensamientos que me vienen a la cabeza cuando observo esta clase de comportamientos. ¿Cómo es posible que la vida de un animal sea capaz de generar el debate de si ha contraído o no la enfermedad y por tanto debe o no debe ser sacrificado y la de un feto no merezca mayor debate que manifestaciones a favor y en contra de diversos colectivos? Y no sólo eso ¿Por qué son tan efímeros estos debates que se suscitan? Dentro de un mes ya nadie recordará a Excalibur a excepción de sus dueños, no obstante las filias y fobias que ha generado su sacrificio han supuesto un auténtico terremoto mediático, que a mí personalmente me parece de chiste. Pero eso es lo que me parece a mí, no entiendo por qué tanta y tanta gente excitada con este tema da la callada por respuesta cuando se trata de profundizar en este tema. A la pregunta” ¿dejarías a tus hijos jugar con Excalibur?” Nadie me ha contestado que sí ¿por qué hacer sufrir al animal entonces?

Estoy entrando en terreno de debate y esa no es mi intención. Únicamente quería poner el acento en lo rápido que desenfundamos y apretamos el gatill, «Bang bang», y a esperar al siguiente acontecimiento en el que podamos posicionarnos fácilmente sin pararnos a pensar. Reconozco que me pasa en muchas ocasiones. Para evitarlo tal vez haya que buscar sosiego en las personas que son capaces de transmitirlo o tal vez haya que pasar más tiempo uno consigo mismo y ponerse en el lugar de los demás.

8729507826_644f321f17_z el segundo disparo me lo reservo.