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Lincoln.

«Si queréis poner a prueba el carácter de un hombre, dadle poder.» Abraham Lincoln.

Hace unos días fui a ver Lincoln al cine. No puede decirse que sea una película trepidante. “Tostón” es la frase, fuera de la crítica, que más he leído para referirse a ella. Ciertamente puede hacerse algo pesada. Pero yo no voy a hacer una crítica de la película. Tampoco voy a hacer un repaso de la vida de Lincoln, cuyo nacimiento tuvo lugar un día como hoy, en el año 1809. De hecho he de confesar que era una figura poco conocida para mí. Tan sólo voy a ceñirme a los hechos que se relatan en la película. Si no la has visto y tienes intención de hacerlo, puede que quieras guardar el post para otro día.

A escasos meses de las elecciones ¿Poner fin a una cruenta guerra civil o terminar para siempre con la esclavitud en los EE.UU.? ¿Qué haría un político de nuestro tiempo? ¿y de nuestro país? La pregunta adquiere mayor trascendencia cuando se es consciente de que aprobar la decimotercera enmienda, la que tiene por objeto abolir la esclavitud, cuenta con el rechazo, no sólo de la mayoría de congresistas, sino también de la mayoría del pueblo. Y además, tanto una opción como la otra implican ensuciarse las manos, esto es, acometer actuaciones de dudosa legalidad que pueden acabar con la reputación de uno y lo que es más, verse sometido al famoso “impeachment”.
En esas estaba Abraham Lincoln. Ese es el relato que nos traslada la película, adornado de circunstancias personales traumáticas que hacen estremecer al espectador con tan sólo imaginarse en el papel del entonces presidente. ¿Permitir o no permitir a su hijo alistarse en el ejército para luchar contra los rebeldes? ¿Permitirle ir y aprovechar la oportunidad de poner fin a la guerra para no perder al hijo amado, aunque ello tenga como contrapartida no poder acabar con la esclavitud?
Ignoro sí la película es fiel en su totalidad a la realidad que vivió Abraham Lincoln. Pero es inspiradora. Refleja con una contundencia espectacular la altura de miras de aquel hombre. Un hombre que gobernaba una nación pensando en los años venideros y en el porvenir de las futuras generaciones, sin distinguir raza o religión. Hay un momento de la película conmovedor. Lincoln ni siquiera tenía el apoyo de su gabinete de gobierno en relación a la aprobación de la decimotercera enmienda, y cuando trata de convencerles comienza un discurso memorable. Sin ser literal, venía a decir: “…haciendo uso de mi inmenso poder he atribuido la emancipación a los negros, pero a pesar de ese inmenso poder soy incapaz de prolongar la libertad a los negros más allá del final de la guerra. Me resisto a que cuando esta guerra acabe esos negros ya no sean libres, pero me resisto más aún a que todos aquellos que hayan de nacer después de esta guerra nazcan esclavos. ¡Conseguidme esos votos!”. Sólo por ese discurso, en V.O.S., merece la pena ver la película.

Esto es lo que llega a todo el mundo, un hombre que tomó una decisión difícil en un momento complicado y que por eso se hizo grande. Un hombre que arriesgó y le salió bien. Pero si uno se para a pensar en ¿por qué lo hace? ¿Por qué ese empeño o ese interés en hacer algo por los demás sin necesidad de hacerlo, o sin contraprestación personal alguna? ¿Por qué complicar su vida y la de los suyos innecesariamente? No me atrevo a dar una respuesta definitiva, entre otras cosas porque, como decía antes, se trata de una película, con todo lo que eso conlleva. Sin embargo, ésta nos traslada, veladamente, una respuesta. Es una cuestión de valores. Una cuestión de principios y una cuestión de coherencia con unas ideas y un modo de vida. La grandeza del film consiste en reflejar que esa coherencia quiebra cuando Lincoln se sirve de la corrupción para lograr su objeto. Cuando demora el fin de la guerra para lograr poner fin a la esclavitud. Incluso cuando evita llorar a uno de sus hijos, después de su muerte, se traiciona a sí mismo. Traiciones que nunca obedecen a un interés personal. Y es ahí donde se encuentra el meollo de toda la película. Es ahí donde uno extrae la esencia del personaje. En la relegación del interés personal en pos del interés general, de una manera tan cruda, tan desgarradora que a más de uno le asaltan las dudas acerca de la veracidad de tales hechos. Afortunadamente no es la primera vez que la humanidad asiste a hechos de esta naturaleza. Desafortunadamente tampoco es la primera vez que se ponen en duda por aquellos que no son capaces de admitir que existen personas capaces de acometerlos.

Ser capaces de ser de la clase de hombre que era Lincoln debería ser una asignatura obligada para cualquier político. Y haber obtenido matrícula de honor en esa asignatura debería ser un requisito ineludible para cualquier gobernante. Desgraciadamente no existe ninguna forma de valorar ese carácter a priori. Es necesario atribuir poder a una persona para poder ver cómo responde. Y es aquí cuando cada uno de nosotros tiene que ser consciente, y no olvidar nunca, que nosotros también tenemos, o hemos tenido hasta hace poco, el poder de atribuir un mayor poder a uno u otro gobernante. Eso es poder, y el tenerlo ha puesto a prueba nuestro carácter. El resultado, a día de hoy, es preocupante. Nos hemos desentendido de ese poder. Por eso decía hasta hace poco hemos tenido. Puede que nos hayamos desentendido de ese poder inconscientemente, pero lo hemos hecho.
Ignoro si habrá algún Lincoln del S. XXI por estos lares. Pero, una vez más, esperar a que aparezca alguien así supone delegar en otro algo de lo que somos capaces todos y cada uno de nosotros. Ejerzamos nuestro poder, reflejemos nuestro carácter, y si nos sentimos engañados, defraudados, estafados… Busquemos la alternativa. Si no la hayamos habrá que cuestionarse si esa alternativa está o no está en nosotros mismos.