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Un lustro madrileño

Desafortunadamente ya no escribo con la frecuencia con la que solía en este blog al que tanto tiempo he dedicado en el pasado. Sin embargo, cada año cuando recibo el correo invitándome a renovar mi plan de wordpress o mi dominio no puedo evitar dejar de hacerlo. No sé si será la nostalgia de otros tiempos donde mi pasión por escribir era más fuerte que mis quehaceres diarios e irremediablemente acababa frente a la pantalla del ordenador varias horas escribiendo mis pensamientos, reflexiones o preocupaciones. He de reconocer que he seguido escribiendo, pero textos que están sin finalizar y, que espero, que algún día pueda compartir con vosotros.

Hoy he decidido a volver a sentarme frente a la pantalla y el teclado para compartir un post muy parecido al que escribí hace 5 años. Un post personal e introspectivo que encuentra su génesis en el deseo de compartir con vosotros una noticia que leía esta mañana. Pero, vayamos por partes.

Hace cinco años escribía sobre el deseo que tenía de volver de vacaciones y empezar mi nueva etapa en Madrid. Recuerdo muy bien la ilusión y las ganas que tenía de comerme el mundo. El ansia de dejar atrás siete años de sacrificio en pos de un puesto de Registrador de la Propiedad, y, particularmente, los tres últimos años donde era plenamente consciente que aquello de ser funcionario público no iba con mi manera de ser.

En mi experiencia, Madrid ha sido como uno de esos lugares mágicos que describe la literatura o vemos en el cine. En apenas cinco años he tenido ocasión de descubrir un nuevo “Paco/Fran” (en Madrid muy pocos me llaman Fran, pero en Valencia aún quedan muchos amigos y familiares que me llaman Fran). La forma más fácil de que entendáis a lo que me refiero es que desde hace tres años cuando digo que estudié derecho mucha gente se queda desconcertada. Economía son los estudios que me suele atribuir aquellos que, sin conocerme, charlan conmigo durante un rato. Pero, también me han encasillado como ingeniero, sociólogo o psicólogo. Creo que la razón de ello es que para mí Madrid es un lugar donde puedo hablar y debatir constructivamente de lo que me apasiona en cualquier momento y con cualquier persona y, quien me conoce, sabe que soy un apasionado de cosas dispares, pero, sobre todo, soy un apasionado de la vida.

Creo firmemente que mi pasión por la vida es la que me ha rodeado de las personas que han hecho posible que este lustro haya sido para enmarcar. La razón de las cosas que nos pasan en nuestra vida está estrechamente vinculada con las personas con las que nos encontramos mientras la recorremos y en cómo nos relacionamos con esas personas. Lo más importante de estos cinco años han sido las personas que he conocido, empezando, como no podría ser de otra manera, por mi mujer. Muchos pensaron que nos casábamos, apenas un año después de conocernos, porque le había dejado embarazada. Nada más lejos de la realidad, estábamos enamorados y queríamos casarnos porque sabíamos que no nos separaremos nunca. España, tan avanzada para algunas cosas y tan rancia para otras, es un mosaico de creencias nacidas en la ignorancia que cuando piensas sobre ello lamentas que la gente saque conclusiones sin preguntar. Y, como ocurre en las novelas, después de conocerla mi vida cambió para siempre. A partir de entonces, continuaron sucediéndose acontecimientos como el que me había traído a Madrid apenas 6 meses antes, pero, a mayor velocidad. Es paradójico que mi vida profesional haya estado ligada a la palabra “acelerar” durante todo este tiempo. Así es como siento que está ocurriendo todo, y así es como vengo deseando que ocurra. De hecho, los mayores momentos de frustración durante estos cinco años han tenido que ver con situaciones donde veía que no podía crecer tan rápido como quería. Momentos en los que aprendes que hay veces que es mejor esperar y, que, en otras ocasiones, es mejor dar un puñetazo en la mesa porque de lo contrario tu destino se puede torcer.

Perdonad, yo estoy escribiendo esto por otra razón ¿Cuál es la noticia que me ha llevado a sentarme delante del teclado y el ordenador? El descubrimiento de que podemos alargar hasta un 15% nuestros años de vida gracias a ser optimistas. Un estudio realizado en EE.UU. con más de 70.000 personas a lo largo de 30 años concluye que tener una mirada optimista de la vida está asociado con vivir significativamente más años. Cuando lo he leído me he acordado de las conversaciones que tenemos en casa acerca del gobierno de España, de los problemas que tiene la Unión Europea, de la próxima crisis económica o de cómo ignoramos constantemente la falta de privacidad y de libertad en nuestra sociedad. Son conversaciones donde la parte optimista, desde luego, no la pongo yo. Sin embargo, a pesar de esas preocupaciones no me considero pesimista por el hecho de que no me resigno. Los que me conocen saben bien que no paro ni un minuto y que cuando estoy acabando de hacer algo ya he pensado en lo que voy a hacer después. Aprender a programar, seguir formándome en disciplinas que me llaman la atención, el ser partícipe de iniciativas civiles y religiosas o ser impulsor de alguna de ellas es algo que me ocupa y cuya razón de ser se encuentra en que tengo fe en que las cosas pueden seguir mejorando si en lugar de quedarnos de brazos cruzados tomamos la iniciativa y salimos de nuestra zona de confort.

Conectando el inicio de mi post con esta última reflexión, me doy cuenta de que Madrid y todas las personas que he conocido en estos cinco años tienen buena parte de culpa de que no me resigne. Todas esas personas saben perfectamente quienes son, a todas y cada una de ellas, GRACIAS.

 

 

 

Día de Reyes.

Habían terminado de cenar hacía unos diez minutos. Eran las doce menos cuarto de la noche del 5 de enero. Como todas las noches del cinco de enero los cuatro primos, miraban fijamente el reloj de péndulo que colgaba de la pared. Estaban absortos, como si el movimiento pendular del reloj que colgaba en la salita de casa de sus abuelos les hubiera hipnotizado. Estaban absortos y a la vez inquietos, sabían que ya no faltaba mucho. La prima mayor intentaba tranquilizar a los más pequeños.
Pasaba el tiempo y al segundo más mayor se le ocurrió una idea:

– ¡Salgamos al balcón! Seguro que les vemos venir volando en sus camellos.

Inmediatamente alguien les quitó la idea de la cabeza, prohibiéndoles a su vez, mirar por las ventanas. El argumento era muy simple:

– Si los camellos os ven se asustarán y no os dejarán los regalos. Tenéis que esperar.

El rostro de los cuatro primos se ensombreció y decidieron aguardar. Volvieron a clavar sus miradas en el reloj de péndulo. Ya sólo faltaban cinco minutos.
Eran niños, y como a todos los niños, les gusta poner a prueba las cosas que les dicen. Así que el tercero tuvo la ocurrencia de mover la cortina a ver si atisbaba algo. Inmediatamente la más pequeña se abalanzó sobre él y le dijo:

– ¡No! ¡Que se pueden ir! Yo no quiero quedarme sin regalos.

Es curioso como interactúan las personas cuando son niños. El más pequeño, que no el más insensato, había abortado la travesura del que era más grande que él.

¡¡DONG DONG DONG DONG DONG DONG DONG DONG DONG DONG DONG DONG!! ¡Din-don! A las doce campanadas del reloj de péndulo les siguió el timbre de la puerta. Los cuatro primos salieron a la carrera por el pasillo hacia el recibidor. No había nada allí, la puerta estaba cerrada. Hacía más frío que en el resto de la casa, y olía a perfume de mujer. Ninguno de los cuatro se paró a preguntarse el porqué de aquello. El segundo de los cuatro se adelantó a su prima mayor y abrió la puerta.
Los cuatro se quedaron clavados y con la boca abierta. ¡El rellano estaba llenos de regalos! La distancia que separaba las dos puertas que había en el cuarto piso era de unos tres metros y de la cantidad de regalos que había no se veía una sola baldosa del suelo. Los reyes lo habían vuelto a hacer. Y ellos no sabían cómo. No era momento para preguntas. Ni siquiera para preguntar que hacía uno de los “mayores” en las escaleras, colocado estratégicamente, para fotografiar ese momento tan memorable, tan grande, y tan intenso. Los cuatro primos en la puerta petrificados y boquiabiertos ante la inmensidad de regalos que habían traído los Reyes Magos.
Había que meterlos en casa, para que una vez, con todos dentro, tanto mayores como pequeños abrieran los regalos. No obstante uno de los primos, no recuerdo cual de los cuatro, en medio del ir y venir de regalos, se preguntó en voz alta:

– Pero ¿los Reyes se habrán llevado todo lo que les hemos dejado en el balcón? Y ¿los camellos se habrán bebido el agua?

Salieron corriendo al ático intrigados y vieron que en efecto los tazones de agua estaban por la mitad, las galletas y el chocolate habían desaparecido. No tan sorprendidos como cuando abrieron la puerta, pero casi igual, los cuatro primos saltaban y elucubraban sobre que Rey habría cogido más comida, o que camello tenía más sed.
Uno de ellos preguntó:

– ¿Cómo es posible que no les hayamos oído llegar? ¡Estábamos al lado de la ventana!
Los Reyes son Magos, y hacen magia, por eso no les habéis oído llegar, ni entrar en casa, ni tampoco les habéis oído dejar los regalos.

Eran niños, y los niños tienen la virtud de creer en la magia. No ha penetrado en sus cabecitas el escepticismo, ni la incredulidad. Y aunque ciertamente la magia de la que les hablaban los mayores no es real en sí, desde luego es mágico que generación tras generación el seis de enero millones de niños se levanten, o como era el caso de estos cuatro primos, antes de irse a dormir, esperen con la máxima ilusión la breve visita de unos desconocidos, a los que no pueden ver. Unos desconocidos, que paradójicamente, todo lo ven y que les traen regalos o carbón en función de cómo se hayan portado a lo largo del año. Es un engaño mágico que se contagia a los más mayores que en su fuero interno saben del “engaño” pero que lo disfrutan como pocas cosas se pueden disfrutar en esta vida.

Este relato que cuento hoy, es la experiencia que cada noche de Reyes vivíamos en casa de mis abuelos mis primos y yo con toda nuestra familia. Ya hemos crecido y ya sabemos quiénes son los Reyes. No obstante, siempre estaré agradecido a toda mi familia por momentos tan bonitos y mágicos como los que vivíamos año tras año en aquella casa. Son y serán inolvidables y son el motivo de que cada día de Reyes, me acuerde de todos y cada uno de ellos.