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Alimentando el populismo

Acabo de leer la crónica de Cayetana Álvarez de Toledo en el Mundo sobre la recepción en el Palacio Real el pasado 12 de octubre. Si no lo han hecho les animo a que lo hagan, a que lo hagan despacio, como invitaba Juan Carlos Girauta a hacerlo en su cuenta de Twitter.

De una lectura sosegada de dicha crónica la reacción compulsiva de una arcada es difícil de contener. La reacción posterior es la desazón y finalmente la resignación y la confirmación en que las cosas no van a cambiar en el corto plazo.

La reforma constitucional que parece estar planteándose para dar respuesta a la crisis que está sufriendo el Estado de Derecho es como amputar un brazo a una persona que se acaba de dar un martillazo en el dedo. El problema, no obstante, no es que se vaya a amputar el brazo. El problema es que al paciente se le ha dicho que esa es la mejor solución, es decir, al paciente se le ha mentido.

El diagnóstico es claro. Todos los españoles hemos entendido, dentro de la claridad que es capaz de generar el gobierno que tenemos, que a Puigdemont y compañía no les queda otra alternativa que ceder o se aplicará el artículo 155. Para que el apoyo al gobierno por parte de los partidos constitucionalistas sea unánime el pasado martes nos enteramos que se va a abrir un proceso de reforma constitucional en el plazo de seis meses. “¡Por fin! -pensamos algunos- Vamos a dar racionalidad a un sistema autonómico que ha descarrilado por completo y que para nada estaba en la previsión de los padres de la Constitución Española”. Craso error. Resulta que va a ser todo lo contrario. Si uno lee entre líneas de la magnífica crónica de Cayetana Álvarez de Toledo el resultado que nos espera no es acabar de raíz con el problema que ha planteado Cataluña. Al parecer esa reforma constitucional ya está esbozada y va a dejar a muchos españoles extrañados y confundidos. Será entonces el aparato mediático se pondrá en marcha y voilá, tendremos reforma constitucional.

Después nos extraña que un partido como Podemos alcance la representación que alcanza en el Congreso. Y con razón. Así no se hacen las cosas. La gente, más pronto que tarde, se da cuenta, se indigna y vota populismo. Nuestra democracia tiene casi 40 años, está madura y está preparada para ver como se aplican los mecanismos constitucionales que se recogen en la Carta Magna, eso es lo que esperamos los ciudadanos españoles que hemos visto crecer esta nación durante 40 años gracias a las garantías que ofrece el Estado de Derecho. Cambiar las reglas del juego y hacer una pirueta en la oscuridad es una maniobra cobarde que generará el rechazo de muchos, alimentará y fortalecerá el populismo y abrirá nuevos frente políticos que nos pondrán en una situación más crítica que la que vivimos actualmente. Parece que estamos empeñados en tropezar en la misma piedra una y otra vez.

En manos de trileros

En esas manos están los catalanes. La intervención de Carlos Puigdemont ha sido todo un despropósito del que sólo se recordará que suspende la declaración unilateral de independencia. Ese es el titular que veremos mañana en la mayoría de los medios de comunicación. “Se dilata el proceso” “Puigdemont busca la salida negociada” “DUI diferida” y se hablará de teorías, de Eslovenia y del sexo de los ángeles. Todos engañados por un timador profesional.

Lo que ha acontecido el día 10 de octubre en el Parlamento de Cataluña es la consumación de un golpe de estado que acto seguido se ha suspendido por el propio consumador del golpe. Y media España haciendo coñas acerca de la cobardía de Puigdemont. Desde luego parece que lo tenemos merecido.

¿En base a qué suspende Puigdemont la independencia? ¡En base a que ha sido declarada previamente! Aunque sólo lo haya sido durante 12 segundos. En el momento en que el gobierno de España se siente en la mesa de negociación estará reconociendo de facto que se ha consumado un golpe de Estado en su territorio. Pero es que cualquier debiera haber hecho lo mismo en el pellejo de Puigdemont.

Explicaba en mi último post que sólo cabían dos alternativas: O bien la aplicación del art. 155 de la Constitución -algo que como sabemos no ha ocurrido- o una DUI. La razón de ello se encuentra en que se sabía el resultado del desenlace, pasara lo que pasara, si no se aplicaba el art. 155, ese desenlace no era otro que la negociación. Aplicando teoría de juegos Puigdemont sabía que le salía mejor negociar como independiente, que es lo que ocurrirá ahora si se produce dicha negociación, que negociar como Comunidad Autónoma. Era una jugada de libro. Y la inacción del gobierno de España ha permitido que le haya salido al dedillo.

“Si, pero los de la CUP están enfadados” dirán algunos. ¡Es todo teatro! La realidad es que el Puigdemont ha dicho una ristra de medias verdades que han sido escuchadas por todos los interlocutores internacionales y, una vez más, ha dejado contra las cuerdas a un gobierno que si actúa tendrá que hacer malabares para dar apariencia de que lo hace con arreglo a lo que procede. Y todo porque nunca ha tenido el valor de tomar la iniciativa en esta cuestión.

Puigdemont ha declarado la independencia de Cataluña. Y la ha declarado en base a un referéndum ilegal, argumentando que España no le ha dejado otra salida. Presentando como víctima a todos los impulsores del proceso y denunciando que España no ha permitido que Cataluña no permita el autogobierno de la región. Si España negocia después de todo lo dicho estará reconociendo tácitamente que todo eso es cierto. ¿Ustedes que creen que ocurrirá?

España rota

Escribo estas palabras con una profunda tristeza. Lo vivido en el día de hoy me lleva a concluir que el Estado de Derecho en España ha fracasado. La respuesta del gobierno y de los partidos de la oposición al desafío de los independentistas ha sido el diálogo. Sé que muchos piensan que el diálogo puede solucionar la situación actual. Sin embargo, eso es falso. No se debe, ni se puede, dialogar con quien sistemáticamente incumple la ley. La historia está granada de casos donde el desafío al Estado de Derecho acaba en injusticia. La Alemania Nazi es el ejemplo más significado de todos. Por otro lado, el diálogo que se ha mantenido entre los nacionalistas y el Estado español iniciado en 1978 nos ha traído al día de hoy. ¿Por qué? Porque no ha sido un diálogo leal y honesto, ha sido un diálogo interesado y perverso donde unos pretendían obtener los escaños suficientes para poder gobernar y otros cocinaban a fuego lento la salida de España.

Pero eso es historia. Lo ocurrido hoy deja tan sólo dos vías abiertas. Ninguna de ellas es el diálogo porque los independentistas se saben fuertes y están muy cerca de lograr su objetivo. España se ha roto y pronto esa fractura se consumará con la declaración unilateral de independencia que proclamará Puigdemont, Junqueras o los dos a la vez. Si no se hace nada esa circunstancia se producirá la semana próxima durante la huelga general que se ha convocado por parte de los sindicatos catalanes en connivencia con el gobierno de Cataluña. Las dos vías que esta situación plantea, por lo tanto, son:

  • Aplicación del art. 155 y declaración del Estado del estado de Alarma o de Excepción declarado en Consejo de Ministros.
  • Cataluña consuma la declaración de independencia.

Después de lo ocurrido hoy no cabe otra alternativa. La cuestión es que en la batalla de la imagen y la comunicación los independentistas han vapuleado al gobierno y por ende al Estado de Derecho. Me dicen desde Chile que si en España estamos haciendo un apartheid a los catalanes. Ni más ni menos. Lo cual hace que la primera opción sea harto complicada de acometer. Además, no se debe olvidar el papel jugado hoy por los Mossos de Esquadra.

No tengo ni idea de que ocurrirá, pero si de aquí al martes no se producen las detenciones de, y cito a Mariano Rajoy, “los culpables responsables de las ilegalidades ocurridas hoy en Cataluña” los episodios de violencia vividos hoy en Cataluña pueden quedar en nada si el Estado hace el uso del monopolio de la fuerza que por derecho le corresponde.

España se ha roto y la esperanza de muchos en que las cosas pueden volver a la normalidad está hecha añicos.