La ralentización económica en la Eurozona y la baja inflación de la misma determina que la presión sobre el Presidente del BCE se haya incrementado en las últimas semanas. Concretamente se demanda por parte de múltiples sectores un QE europeo.
Las llamadas políticas monetarias no convencionales, que van camino de convertirse en convencionales, como la bajada de tipos de interés, las expansiones cuantitativas (QE) y demás medidas intervencionistas que se han adoptado por los bancos centrales de EEUU (FED), Japón (BOJ) y Reino Unido (BoE) han cosechado resultados discutibles en cuanto a su efectividad. De este modo, mientras que en EEUU y Reino Unido parece percibirse cierta mejoría en los datos macroeconómicos, aunque muchos economistas entienden que en EEUU no han sido los estímulos de la FED sino los que provienen de la revolución del fracking los que verdaderamente han contribuido a la mejora de la economía estadounidense, los resultados de dichas políticas en Japón no han tenido para nada los efectos esperados y mucho menos combatir, como se esperaba, la deflación a través de estas medidas.
Por otro lado, el debate generado tras la publicación del best-seller de Thomas Piketty en torno a la creciente desigualdad que genera el capitalismo, ha determinado que el debate ya no gire sólo en torno al ansiado crecimiento. De este modo, incluso el Nobel de economía Joseph Stiglitz apunta que “cuanto más uso se hace de políticas no convencionales, incluso de carácter monetario, mayor es la posibilidad de que se produzcan consecuencias indeseadas, siendo una de ellas el incremento de la desigualdad”. Jon Frost y Ayako Saiki, dos economistas del Dutch Central Bank, por su parte, advierten en un paper que la desigualdad es un efecto que han tenido las políticas expansivas en Japón y que está siendo ignorado deliberadamente.
El BCE, por su parte, en aras de acercar la inflación al 2% (actualmente se encuentra en el 0.3%) se ha comprometido a expandir su balance hasta 3 trillones de euros y con ello impulsar la economía a través de la compra de covered bonds y otros productos de deuda privada. El mercado, por su parte, espera que Draghi inicie la compra de deuda pública tan pronto como se acredite que la estrategia actual no es suficiente para alcanzar los objetivos fijados.
El incremento de la desigualdad es un caldo de cultivo idóneo para el auge de los partidos extremistas y movimientos populistas en Europa. Por lo tanto, la búsqueda del crecimiento mediante el empleo de estas políticas expansivas puede tener un efecto colateral no deseado. No obstante, entrar en deflación puede producir un efecto similar como consecuencia de la bajada de salarios que ello implica, algo que en la coyuntura actual sería mucho más grave si tenemos en cuenta el nivel de endeudamiento público y privado de la Eurozona.
Se puede hablar de que la cuestión estriba en determinar si nos encontramos en un periodo de “deflación buena” (good deflation), algo que nunca se ha producido en la historia tras el abandono del patrón oro, o si por el contrario estamos en un periodo de “deflación mala” (bad deflation) que nos situaría en un escenario similar al que supone el incremento de la desigualdad. En mi opinión ya hemos tenido intervención suficiente y los resultados de ésta han sido más que discutibles, pero ¿Son necesarios nuevos estímulos para evitar la deflación en la Eurozona? ¿Sería positivo una reducción de precios, una vez que los niveles salariales ya han bajado, que abaratase aún más el coste de producción? ¿Intervenir más o dejar de intervenir? Este es el dilema que enfrenta Mario Draghi. Y agárrense porque la FED ha puesto fin a su QE3 ¿quién da más?
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