La semana pasada almorzaba con dos compañeros de carrera y uno de los temas que abordamos durante nuestro almuerzo tenía que ver con algo que afectaba directamente a sus parejas. La mujer de uno de ellos lleva en paro más tiempo del que previó cuando en el despacho donde trabajaba decidieron prescindir de sus servicios. La mujer de mi otro compañero se encuentra en una situación laboral estable pero con visos de cierta incertidumbre en el futuro cercano.
Ambas tienen en común que mantienen una relación de pareja estable y que están en esa edad donde el deseo de ser madre es cada vez mayor. Deseo que, no sólo responde a motivos biológicos, sino también a motivos económicos y sociales.
De acuerdo con el devenir de los tiempos en nuestro país se está convirtiendo en costumbre tomar la decisión de traer nuevas vidas al mundo cuando se han colmado determinadas aspiraciones, tanto profesionales como personales. Se decide, por tanto, dar un paso más en el periplo de la vida.
Sin embargo, ocurre que los comentarios que hacían mis dos compañeros de carrera en relación a este asunto desprendían una inseguridad considerable en torno a dar un paso firme en la dirección indicada. Y es que, como puede adivinarse, una de las razones por las que la mujer del primero de mis compañeros perdió su empleo fue, precisamente, el encontrarse dentro del perfil de “futura mamá” mientras que la mujer del otro es posible que pierda su empleo por esa razón, algo que se contempla, a pesar de lo escandaloso, como una opción más que factible por mi compañero.
Expuesta esta situación y teniendo en cuenta que los despachos donde trabajan las mujeres de mis compañeros tienen una capacidad considerable para afrontar bajas por maternidad el panorama que se presenta para el crecimiento demográfico de nuestro país es desolador.
La política de empleo que se adopta por las grandes empresas españolas o que están instaladas en nuestro país, ya de una manera explícita, ya de un modo implícito, empujan a tomar decisiones que no hacen sino retrasar o incluso descartar el traer nuevas vidas al mundo. En el caso de las PYMES experiencias cercanas vienen a confirmar que las cosas son igual o peor.
En un entorno donde nuestro crecimiento demográfico es cada vez menor y dónde la esperanza de vida se alarga de una manera constante urge que esas políticas de empleo que penalizan el deseo de traer vidas al mundo cambien. Ya no sólo porque se trata de lo que es justo, puesto que lo contrario supone vulnerar de un modo flagrante las políticas de igualdad. Sino porque hay una serie de factores que van a determinar que de seguirse con estas políticas los efectos sobre nuestro crecimiento demográfico pueden ser devastadores. Estos factores son:
– La mujer está copando la universidad: La OCDE estima que el número de universitarias ronda el 60% en nuestro país. Si bien se estima que tan sólo el 51% llega al mercado laboral. Esta diferencia no ha dejado de ampliarse durante las últimas décadas y de la misma cabe deducir que ese 51% también irá ampliándose con el paso del tiempo.
– Jóvenes e inmigrantes abandonan nuestro país: En el año 2013 España tuvo un saldo migratorio negativo de 256.849 personas. Este dato supone un aumento del 80% en relación al año anterior y viene a confirmar que como decía un titular “España no es país para jóvenes”.
Si contemplamos estos factores en conjunto, dejando a un lado el factor del envejecimiento o el de la alta tasa de paro que también supone un claro freno para las familias que desean traer nuevas vidas al mundo, resulta evidente que es necesario accionar las palancas correspondientes para que la situación se revierta antes de que sea demasiado tarde. Estas palancas tienen que ver con políticas de empleo que fomenten la natalidad. La simple imagen de las consecuencias de una crisis demográfica, si bien harto difícil de describir, debería ser suficiente para que la iniciativa privada impulsara esas políticas. No obstante, en un entorno ultracompetitivo como en el que vivimos puede ser pedir demasiado y por ello urge que se incentiven por parte de los poderes públicos esas políticas de fomento de la natalidad. A ser posible de una manera algo más sofisticada que los famosos premios que Franco otorgaba a las familias numerosas en los tiempos de la dictadura.
En este sentido podrían plantearse políticas fiscales o incluso otras más controvertidas que supusieran un beneficio a aquellas empresas que contaran con políticas orientadas a fomentar y no a impedir el deseo de sus empleadas de ser madres. No es suficiente con otorgar una serie de beneficios a las familias numerosas o entregar “cheques-bebé”. En un entorno donde la mujer está comenzando a liderar el mundo, y dónde lo terminará liderando, urge prevenir que esa circunstancia no les prive de ser madres si es lo que desean. Y para que no hayan malos entendidos, no sólo porque es lo más justo, sino porque únicamente ellas son capaces de hacerlo.