Mirarse el ombligo.

Hace algún tiempo que no escribo sobre política, corrupción, desahucios, escraches o huelgas… Recordaba esta mañana aquel post que publiqué hace algunos meses “La chispa adecuada” en el que mostraba mi preocupación por la deriva que estaban tomando los acontecimientos en España.
Me he dado cuenta de que ya no escribo de nada relacionado con eso porque todo eso ha dejado de ser noticia. Esto no significa que no pase, o que no se publique en los medios de comunicación. Simplemente es algo que ya no preocupa cómo podía preocupar hace un año. Un acertado tuit que leía esta mañana apuntaba a la razón de esa falta de preocupación: Nos miramos demasiado tiempo el ombligo. Nos lo miramos tanto que ya pocas cosas nos sorprenden.
Mirarse el ombligo es bueno cuando no sabes que te pasa y tratas de averiguarlo. En España sabemos lo que nos pasa pero atribuimos la causa de nuestros males a algo que no se ve mirando nuestro ombligo y así lo único que conseguimos es seguir padeciendo lo que nos empeñamos en ignorar.
Por otro lado, mirarse el ombligo continuamente esperando ver si algo cambia por sí solo demuestra una falta de actitud de lo más preocupante. Hemos abandonado por completo la mentalidad de anticiparnos a lo que puede ocurrir y actuamos en función de lo que otros hacen o proponen. La falta de iniciativa demostrada a lo largo de la última década es algo que no se puede negar. Algo que tampoco es de extrañar donde la mayoría, al menos hasta hace bien poco, de la población aspira a ser funcionario.
Además, el hecho de mirarse tanto el ombligo genera una costumbre que a la larga resulta contraproducente, el campo de visión se reduce cada vez más y sólo se amplía con el objeto de obtener algo de alguien. Me preocupo tanto por mí mismo que soy incapaz de generar la confianza necesaria para dar un paso adelante o tender la mano a alguien para ayudarle. Al contrario, nos quedamos esperando el empujón, el espaldarazo a la tímida propuesta o la palmadita en la espalda por haber seguido la corriente en el momento esperado. Es entonces cuando sacamos pecho y nos decimos a nosotros mismos “mira lo que he conseguido, sin mí eso no hubiera sido posible” ¿hay algo más patético?
Por último mirarse tanto el ombligo nos está llevando a entretejer un ordenamiento jurídico que será todo lo jurídico que los legisladores quieran pero que de ordenamiento tiene poco o nada. La seguridad jurídica, principio que nuestra Constitución consagra en el art. 9.3, brilla por su ausencia debido a la multitud de normas aplicables para un sólo supuesto de hecho. Porque la seguridad jurídica implica que el legislador debe huir de complicados juegos de remisiones normativas y procurar que los operadores jurídicos sepan a qué atenerse a la hora de aplicar las normas. La diarrea legislativa que deriva de nuestra fijación por regular hasta la composición del papel con el que nos limpiamos el culo, al tiempo, es otra de las consecuencias de mirarnos el ombligo, en este caso no sólo a nivel nacional. Aquí va desde el ayuntamiento más pequeño, pasando por las ciudades autónomas, cabildos, parlamentos autonómicos y finalmente las Cortes. Una maquinaria perfectamente engrasada con sus propios excrementos que funciona las 24 horas del día los 365 días del año. Parece que es lo que funciona en este país.

Quizá haya llegado el momento de sacudirse esa pelusilla de nuestro ombligo porque si seguimos mirándola no hará otra cosa que seguir creciendo. O quizá haya que levantar la cabeza y tratar de encontrar la manera de anticiparse a los acontecimientos y tratar de ser más proactivos que reactivos. Esperar que fluya el crédito cuando nuestro gobierno lleva incumpliendo los objetivos de déficit desde el año 2008, nos coloca en la misma posición que al propio gobierno cuando reclama que Alemania permita los eurobonos. Son cosas que simplemente no van a ocurrir en un futuro cercano. Quejarse de que nuestros dirigentes políticos no lo hacen bien cuando nosotros hacemos lo mismo que ellos es síntoma de que unos otros hacemos lo mismo: Mirarnos el ombligo.

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