Breve reflexión sobre el liberalismo económico y el liberalismo en general.

En primer lugar he de confesar que no soy alguien que se sienta atraído especialmente por el liberalismo. No me interesan demasiado los escritos de los autores liberales. Puede que ello esté motivado por el hecho de que siempre han sido minoritarios. No lo sé.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, ha llamado mi atención la existencia de un enconado debate económico entre los partidarios de Hayek (liberales) y los de Keynes (intervencionistas). No trato de abordar el tema con un carácter exhaustivo, pero si hacer una serie de reflexiones que vienen rondando por mi cabeza en los últimos tiempos.

Como alguien ajeno a teorías económicas trato de recabar la máxima información sobre las diferentes propuestas que existen para salir de la crisis. Fue hace dos años cuando oí por primera vez de Hayek. Muchos años antes en clase de historia nos habían hablado de Keynes y su importante contribución a la salida de la crisis de los años treinta. Antes de escuchar las propuestas de Hayek consideraba que las políticas de estímulo y de crecimiento eran las acertadas, pues éstas, supuestamente, habían conseguido que EEUU superara la gran recesión. Pero había un hecho que llamaba mi atención. Mientras que gracias al “New Deal” se habían llevado a cabo importantísimas infraestructuras, entre ellas la presa Hoover, y todo parecía que se había planeado con vistas a un futuro más lejano que cercano, los planes de estímulo aplicados hace escasos años no representaban nada significativo y su justificación era de todo cortoplacista: Salir de la crisis a cualquier precio. Si uno se informa y busca comprobará que reasfaltar carreteras, construir aeropuertos fantasma o poner aceras donde ya las había no ha sido algo exclusivo de nuestro país. ¿Para qué han servido entonces los planes de estímulo? Si algo había sacado en claro de las lecciones de historia era que gracias al New Deal se habían sentado las bases para un crecimiento basado en la industria y en la producción. Casi un siglo después parece que algo de eso se nos ha olvidado. Fue entonces cuando se despertó mi interés en las propuestas liberales.

A mi juicio, un plan de estímulo puede ser bueno o malo. El intervencionismo en sí mismo puede generar efectos indeseados. Los liberales reiteran una y otra vez que el intervencionismo genera incentivos perversos y que suelen ser contraproducentes para aquél que es eficiente y cumplidor. Pero a mi juicio un plan de estímulo bien diseñado puede minimizar esos incentivos perversos y generar un resultado positivo para el conjunto de la economía.
Por el contrario los denominados keynesianos sostienen que los estímulos son imprescindibles para generar ese crecimiento y que es la inversión pública la única que es capaz de generar ese crecimiento en momentos de depresión. Lo curioso del tema es que la excusa que dan, ante los reiterados fracasos de las políticas de estímulo que hasta ahora se han acometido, es que no han sido lo suficientemente “agresivas”. Es decir, que a mayor estímulo el resultado habría sido mejor del que ha sido. Para mí sería más convincente que reconocieran que se han diseñado mal los planes que se han programado y que por eso éstos no han tenido el efecto deseado.

Para el ciudadano medio, aquél que lee y escucha las noticias económicas y prácticamente se queda igual; el debate entre una política económica u otra le es completamente ajeno. Como mucho le llega la falsa contradicción entre austeridad y crecimiento; asociando la austeridad a los recortes y al cumplimiento del déficit y el crecimiento a que Alemania se opone porque son muy tacaños. Y es aquí donde los partidarios del liberalismo económico tienen buena parte de la batalla perdida.
Reflexionando sobre ello llego a la conclusión de que no es porque los partidarios del liberalismo económico sean malos comunicadores. Tampoco lo es el hecho de que los medios de comunicación sean, por así decirlo, partidarios de las políticas de crecimiento, aunque es verdad que en algunos casos la realidad es bastante patética.

Pasando ya a la segunda parte de mi reflexión, bajo mi punto de vista el hándicap del liberalismo económico, y puede que también de liberalismo en general, se encuentra en que para llegar a entender lo que pretenden hay que realizar una reflexión profunda.
El liberalismo surgió como contraposición al Estado absoluto y al poder tiránico que éste representaba. El estado absoluto ya no existe. Sin embargo, los partidarios del liberalismo tratan de equiparar, o al menos eso parece, el estado actual al estado absoluto. La digresión que ello supone para todos los que se han desarrollado gracias al Estado, llamado del bienestar, hace que difícilmente puedan llegar a entender lo que aquéllos proponen.
Un ciudadano medio tenderá a rechazar la reducción del Estado al mínimo porque concibe que el Estado es el que garantiza todo lo que le sustenta. Sólo el que se plantea que es capaz de alcanzar mayores cotas con su esfuerzo individual, sin ayuda del Estado, puede comenzar a atisbar el verdadero significado del liberalismo. Al menos como yo lo entiendo. Ese esfuerzo que el liberalismo exige del individuo es rechazado por aquellos que han sido capaces de acostumbrarse a vivir a costa del esfuerzo de los demás. Y es que, por desgracia, uno de los incentivos perversos que genera el intervencionismo estatal es precisamente ése: la posibilidad de que diversas personas hayan adquirido la capacidad de convertirse en “necesitados” cuando realmente están perfectamente capacitados para esforzarse por ellos mismos y alcanzar mayores cotas de bienestar que las que ofrece el Estado a costa de los que se esfuerzan más. Esta afirmación que para algunos no tiene ningún misterio resulta difícilmente comprensible para buena parte de los españoles. Y es aquí donde el mensaje liberal naufraga. Renunciar a derechos adquiridos a costa de otros es algo que no está en los planes de aquél que concibe que esos derechos son exclusivamente suyos.

Asimismo también juzgo como problema del liberalismo el que se asocie de un modo excesivo, incluso por sus partidarios, al individualismo. La clave radica en que ello no tiene porqué ser así; ese afán por tratar de ensalzar al individuo en sí mismo, sin, en la mayoría de las ocasiones, el necesario apoyo de los que le rodean, genera el rechazo de aquellas personas que tienen la convicción de que dos hombres libres que se entienden y coordinan pueden más que uno sólo. Ignoro si hay corrientes liberales más moderadas en relación al aspecto del individualismo. Y también comprendo que es probable que muchos no piensen de esa manera. Pero eso es lo que cala. Y es eso es lo que lleva a decir a algunos que las propuestas liberales son desvaríos, y por ende las ignoran.
Y la cuestión del individualismo enlaza, con el que a mi juicio, puede que sea el mayor problema que tienen los liberales para transmitir su mensaje. Son diversos los liberales, con carreras exitosas y brillantes en su campo profesional, que uno puede conocer y leer en diversos rincones de la red. Sin embargo, se percibe que están, puede que inconscientemente, más centrados en ellos mismos que en aunar y concentrar esfuerzos para ser una alternativa sólida. Esto último es una mera percepción personal y puede ser que no sea del todo justa.
No obstante, es ahora cuando se echan en falta alternativas, y creo que cada vez más somos más los que echamos en falta una alternativa liberal seria, tangible, de carácter progresivo en sus propuestas y articulada en torno a gente que realmente está preparada y que está ahí, previsiblemente dispuesta a cambiar las cosas, pero sin la iniciativa y la fortaleza suficiente para tomar cuerpo. Un cuerpo que, por otra parte, no tendría por qué ser necesariamente político.

Me podría extender más, pero no es el lugar. Lo que está escrito es lo que pienso. ¿Qué piensas tú?

“Aquellos que cederían la libertad esencial para adquirir una pequeña seguridad temporal, no merecen ni libertad ni seguridad.” Benjamin Franklin.

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