Un susurro: “Despierta, ya es la hora”. Lo ignoro. “Despierta , ya es la hora” vuelve a insistir una voz neutra. Me incorporo y miro a mí alrededor. “Vamos, levanta”. No entiendo nada. “No pienses, actúa, hazme caso, levanta”. La voz está dentro de mi cabeza. “Cállate es hora de dormir”. Me digo a mí mismo.
Sin saber por qué me encuentro dialogando conmigo mismo. ¿Por qué me tenía que levantar? No lo recuerdo.
– ¡Levanta! ¡levanta!
– ¡No me grites! No quiero levantarme, estoy bien así.
– No, no, no. Tienes que levantarte venga, haz un esfuerzo.
– Pero ¿por qué? ¿A donde tenemos que ir?
– No tenemos que ir a ningún sitio, tenemos que quedarnos.
– ¿Quedarnos? ¿Entonces para que me voy a levantar?
– Tú hazme caso y lo entenderás.
– Estoy confuso… ¿Quién eres?
– Soy tú.
– Si tú eres yo, ¿quién soy yo?
– También eres tú, pero yo soy otro tú.
– ¿Hay dos yos?
– No estoy seguro, pero sólo sé que lo mejor es que te levantes.
– ¿Pero porqué? No veo a nadie, no hay nada a mí alrededor… por cierto ¿dónde estamos?
– No tengo ni la más remota idea, sólo estoy convencido de una cosa, si te levantas lo averiguaremos.
– ¡Que empeño en que me levante! ¿Qué pasa si no lo hago?
– Creo que algo malo, pero tampoco estoy seguro.
– ¡Pues vaya! No sabes donde estamos, quieres que me levante pero no sabes que me va a pasar sino lo hago, y te pregunto quien eres y me dices que soy yo mismo. Pero, yo mismo soy el que está hablando ahora, y yo no tengo intención de levantarme. Creo que me vas a tener que convencer de otro modo. Si tú fueras yo ya debería estar levantado ¿no es así?
– Pues supongo… ¿por qué no paras de hacer preguntas? ¿Tan difícil es levantarse? Si te levantas seguro que obtenemos respuesta a todas las preguntas absurdas que me estás haciendo.
– ¿Absurdas? ¿Cómo qué absurdas? Lo que es absurdo es que me digas que me levante y no sepas explicarme porqué me tengo que levantar.
– Pues te tienes que levantar para que no te pasa nada malo. Te lo he dicho antes.
– ¿Y porqué me iba a pasar algo malo?
– Ya te he dicho que ¡no lo sé! Yo estoy igual de confuso que tú, no se donde estamos, no sé por qué estamos aquí, ni tampoco sé por qué tienes que levantarte. Sólo tengo claro que debes hacerlo.
– No me terminas de convencer. Si tú y yo somos la misma persona ¿cómo es que tú ves algo tan claro y yo lo veo tan oscuro?
– ¡Mira que eres cabezón! siempre lo has sido. No lo sé. ¿Por qué tienes que ser tan desconfiado? Soy tú, no pretendo engañarte, no pretendo hacerte daño, lo único que pretendo es que te levantes. Y no me preguntes porqué, por qué no lo sé.
– Encima ahora me insultas. Tú si que eres un cabezón, se te ha metido entre ceja y ceja que me levante y no paras.
– ¿Tanto te cuesta hacerlo? Así me callaré de una vez.
– Convénceme. Me has llamado cabezón, pues tienes razón. Ahora te toca convencerme.
– De acuerdo, ahora voy a hacer yo las preguntas: ¿Dónde estamos?
– No lo sé.
– ¿Te gustaría saberlo?
– Puede que sí…
– Sólo hay una manera de averiguarlo.
– Déjame adivinar: Levantándome.
– Sí.
– ¿Y por qué no te levantas tú y lo averiguas?
– Si pudiera lo haría, pero te necesito a ti también.
– ¡Pero si somos el mismo!
– Sí, lo somos, pero este no es el primer diálogo que tenemos y sabes que cuando nos separamos luego no estamos bien.
– ¡Sí! ya te recuerdo… No me caes del todo bien…
– Tú a mí tampoco, a veces, como ahora, eres demasiado cabezota. ¿Vas a venir?
– Déjame pensarlo.
– Bueno, pero no tardes mucho, es la primera vez que no sabemos donde estamos, y estoy algo asustado.
– Siempre has sido muy asustadizo… bueno ahora vete, luego te llamaré.
Dos minutos antes Álvaro había sufrido un accidente de moto. Sus dos Yos dialogaban mientras a su alrededor diversos conductores, los que habían presenciado como la rueda trasera de su motocicleta perdía adherencia y como el cuerpo de Álvaro golpeaba el asfalto y se deslizaba asfalto hasta dar con el soporte de un quitamiedos, se agolpaban alrededor de ese mismo cuerpo con el objeto de averiguar en que estado se encontraba.
Dieciocho minutos después los miembros del SAMUR, tras acudir a la llamada que habían recibido de los testigos del dramático accidente, lo subían a la ambulancia y camino del hospital trataban de reanimarlo, puesto que en el lugar del accidente no había sido posible. Estaba inconsciente pero aún no había fallecido.
– ¿Sigues ahí?
– Sí, aquí estoy.
– Creo que nos estamos moviendo, pero no consigo ver nada.
– ¿Tú crees? Yo creo que seguimos en el mismo lugar.
– Sí, es el mismo lugar, pero al mismo tiempo es distinto ¿no lo percibes?
– No, sólo percibo que aún no te has levantado y como te decía antes debes levantarte, siento que debemos levantarnos. ¿Vas a hacerlo?
– Aún no estoy seguro. He estado pensado. Tú debes ser lo que se suele llamar conciencia, mi conciencia, ¿verdad?
– Pues no lo sé con seguridad, imagino que sí.
– Vamos a dar por sentado que lo eres. Como bien dices es la primera vez que no sabemos donde estamos, aquí no hay nada, ni nadie. ¿Para qué quieres que me levante? Si el hecho de que me levante determina que viva o muera tú, como conciencia, ¿Qué preferirías?
– Si estás insinuando que yo quiero que te levantes para que te mueras y liberarme de ti creo que estás suponiendo demasiado. Nunca hemos sabido, ni tú ni yo, si hay vida después de la muerte, ahora tampoco lo sabemos, ¿Cómo voy a querer que te levantes para que te mueras? Si te mueres tú, ¡también me muero yo!
– ¿Cómo estás tan convencido? Siempre andamos pensando en el más allá, o planteándonos si después de la vida hay otra vida. Y la parte que siempre plantea esas cuestiones eres tú, yo me centro más a lo sensorial, a lo mundano… y quiero seguir disfrutándolo. No estoy convencido de que tú quieras seguir por el mismo camino que conocemos, por eso te planteo esa cuestión. Puede que si yo me levanto, como tú dices, abandonemos el mundo que conocemos y nos adentremos en otro distinto, porque te estaré obedeciendo a ti, a mi conciencia, y no a mis impulsos, es decir a mí. ¿Qué te parece?
– ¿Cómo puedes pensar eso? Yo no quiero ir a ningún mundo desconocido, es más creo que si no te levantas es en el lugar donde acabaremos. Es por eso que creo que estoy siendo tan insistente. Soy tú conciencia, y siempre he querido lo mejor para nosotros. ¿lo dudas?
– Claro que lo dudo, si no ya me habría levantado, ¿no te parece? ¿No entiendes lo que quiero decir? Siempre que hemos actuado conforme a tú dictado lo hemos hecho pensando en un futuro, más o menos cercano, pero nunca en el inmediato, nunca en el día a día. Creo que tú impulso de querer que me levante también responde a ese objeto, al más allá y no al más acá. No se si me explico…
– Sí, creo que entiendo lo que quieres decir. Pero cuando yo dicto una manera de hacer las cosas, no lo hago pensando en algo desconocido. Lo hago pensando en algo que percibimos, que tú también percibes, aunque sea a través mío. Sabemos que no es lo mismo que vemos, oímos, olemos, palpamos o saboreamos… se escapa a tus sentidos.
Ahora, si me preguntas si mi impulso de obligarte a levantarte se debe a esa percepción u a otra… pues no sabría decírtelo. Me haces dudar.
– Pues vaya conciencia… ¿ahora también dudas tú?
– Sí ¡Dudo! Soy humana, como tú, tengo límites. Pero piensa esto por un momento. Si te levantas no vamos a morir, porque vamos a seguir juntos. Si nos quedamos aquí tampoco vamos a morir, pero el problema es que no sabemos donde estamos.
– Si me levanto tampoco sabemos donde vamos a ir a parar, así que da lo mismo. Me levante o me quede aquí la situación es exactamente la misma.
– No estoy de acuerdo. Si nos quedamos aquí no estaremos haciendo nada más que dialogar, esperando a algo que a lo mejor no ocurre nunca. Si te levantas y me sigues estaremos haciendo algo, aunque no sepamos donde acabaremos estaremos tomando la iniciativa.
– ¿Y por qué habríamos de tomar la iniciativa?
– ¿Y por qué no habríamos de hacerlo?
– ¿Y por qué sí?
– ¿Y por qué no?
– ¿Y por qué sí?
– ¡Basta!
– Has empezado tú.
– ¿Sigues percibiendo que nos movemos?
– A ver… sí creo que sí. No estoy seguro.
La ambulancia acababa de llegar al hospital, varios facultativos se aproximaron de forma apresurada a la camilla, hicieron todas las preguntas que los médicos hacen cuando llega un paciente accidentado y en su cara se reflejó la preocupación. El pronóstico no era favorable.
Continuará.
Chapeau, propio de un lunático muy lúcido… esperaremos a conscientia (ii).