Ayer el Parlamento griego aprobó unas duras medidas de ajuste, durante el debate en el parlamento griego los disturbios asolaron la capital helena, donde 34 edificios fueron incendiados y más de 150 tiendas fueron saqueadas. El pueblo se levanta, y esta vez no le faltan razones para hacerlo.
Si en los S. XVI, XVII, y XVIII junto con la primera mitad del S. XIX el poder absoluto estaba en manos de los monarcas, en el S. XXI, en algunos países de una forma mucho más acusada, parece que el poder absoluto ha pasado a manos diferentes.
El principio del fin del absolutismo tuvo su origen en la Revolución Francesa de 1789, que tuvo como predecesores el movimiento ilustrado y el ascenso de la burguesía. Los hechos que tuvieron lugar ayer en Grecia no pueden ser considerados como una revolución, pero sin duda alguna es un síntoma de que las cosas pueden cambiar repentinamente.
Otro síntoma de que las cosas no funcionan es que, cada vez más, existe en la conciencia social una certeza de que el poder no descansa en los ciudadanos, se percibe que los resultados que se consiguieron tras el fin del Estado absoluto se están perdiendo. Es lo que podríamos llamar la “descafeinización” de la democracia. La soberanía ha dejado de ser popular, y el pueblo se está dando cuenta de eso. Los casos de Grecia y de Italia, donde se han conformado unos gobiernos que no han sido elegidos directamente por el pueblo son el ejemplo más patente de lo que estoy describiendo. Se dice que el objeto de estos gobiernos impuestos es arreglar la situación de crisis que padece el pueblo, algo muy parecido a aquella máxima del despotismo ilustrado: “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Sin embargo no estamos en el S. XVIII sino en el S. XXI y el pueblo ya no es el mismo.
Tampoco es el monarca el que detenta el poder absoluto. ¿Quién es el que lo detenta ahora? Desde muchos foros se señala a los mercados, “son los mercados los que hacen y deshacen a su antojo”.
Pero ¿quiénes son los mercados? ¿Dónde viven? ¿Quién decide como actúan los mercados? Podemos partir del siguiente concepto de mercado: “La institución u organización social a través de la cual los ofertantes (productores y vendedores) y demandantes (consumidores o compradores) de un determinado tipo de bien o de servicio, entran en estrecha relación comercial a fin de realizar abundantes transacciones comerciales”. Este sería un concepto básico de mercado, y que alcanza también a los mercados bursátiles, que son a los que se hace referencia cuando se habla de que los mercados son los que quitan y ponen los gobiernos en la actualidad.
Por tanto, si partimos del concepto que hemos dado los mercados, aunque no nos guste, somos todos. El mercado soy yo cuando compro un producto, o cuando invierto en bolsa, o cuando monto una empresa… Formamos parte del mercado y por tanto si decimos que el poder absoluto lo detenta el mercado, estamos diciendo que el poder absoluto lo detentamos nosotros.
Yo no creo que los mercados sean un ente con capacidad de decisión propia y ajena a la sociedad. Pretender personificar los mercados para hacerles culpable de la situación que vivimos es querer simplificar las cosas y tratar de exonerarnos de nuestra propia responsabilidad sin resultado alguno.
De modo que debemos formular de nuevo la pregunta ¿quién detenta ahora el poder absoluto? Mi respuesta puede que resulte algo ortodoxa, pero este es mi punto de vista. Con carácter general la soberanía sigue siendo popular. Hasta hace bien poco, antes del estallido de la crisis, hemos tenido todos la libertad de elegir a nuestros dirigentes, en cada país con sus peculiaridades, pero no podemos hablar de una situación análoga a la de los S. XVI,XVII y XVIII. Sin embargo, hemos asistido a diversos acontecimientos que han provocado que el poder que depositamos en nuestros representantes haya sido sustraído por otra manifestación de nuestra libertad, esto es, ha sido sustraído por los mercados. Y es en los mercados donde nuestro afán de ganar dinero, nuestro afán de garantizar nuestro bienestar a costa del otro, nuestro consumismo desmedido, y nuestra falta de ética ha motivado que se hayan hecho cosas que han menoscabado nuestro poder decisorio. Menoscabo que ha determinado que en países como Grecia e Italia los gobernantes hayan sido designados de un modo poco democrático, o que en España el gobierno electo lo haya sido con una mayoría absoluta.
A ello hay que unir la pésima gestión que han protagonizado diversos dirigentes que fueron elegidos por el pueblo mismo, o que han sido designados por los propios dirigentes que elegimos nosotros. Pésima gestión que no han hecho otra cosa que agravar la situación actual.
Tampoco debe olvidarse que la falta de regulación de diversos aspectos en los mercados bursátiles ha facilitado la actuación poco ética y muy ambiciosa de los agentes de los mercados, con resultados que se han dejado sentir en todo el planeta. Falta de regulación que es precisamente debida a que muchos de nuestros dirigentes han hecho la vista gorda con determinadas actuaciones.
Ahora bien, querer echar la culpa a los dirigentes elegidos por nosotros mismos lo dice casi todo de nosotros. Lo mismo ocurre si pretendemos separarnos de los mercados como si lo que se intercambia en los mismos no nos afectara. Esto es, reitero, querer exonerarnos de parte de nuestra culpa, con nulo resultado.
Cierto es que no todos tenemos la misma capacidad de decisión, ni a nivel político ni en determinados mercados, omitir ese matiz sería pecar de estupidez, sin embargo no debemos olvidar que los mercados se regulan, como acabo de decir, por los dirigentes que elige el pueblo, y que los que intermedian en los mercados de forma directa no sólo intermedian por iniciativa propia, tienen clientes, clientes que al igual que ellos quieren obtener el dinero de forma rápida y a toda costa, clientes que podemos ver paseando por las calles de casi todos los países que ahora mismo están sufriendo la crisis. Y cierto es también que es probable que esos clientes no sean la mayoría de los ciudadanos de un determinado país, pero da la casualidad de que muchos de esos clientes fabrican u ofertan productos que la mayoría de los ciudadanos de un determinado país contratan, compran o arriendan o incluso trabajan para ellos.
De modo que todo está interrelacionado, y no son sólo unos los que deben cargar de forma exclusiva con la responsabilidad. Al igual que no deben soportar siempre los mismos las consecuencias más graves de una crisis.
Pero es paradójico que cuando las consecuencias más graves se soportan sólo por una minoría a la gran mayoría le da igual el sufrimiento de unos pocos. Me estoy refiriendo, por si alguien no lo ha percibido, a la situación inmediatamente anterior a la crisis que estamos viviendo. Los ciudadanos de los países integrantes del primer mundo, con carácter general, no tenían reparos en mantener su bienestar a costa de los ciudadanos de los países del tercer mundo (y quien diga lo contrario miente). Claro que esto ahora puede que nos importe bien poco. Pero puede que debamos ahondar en este aspecto para darnos cuenta que fue precisamente esa insensibilidad hacia esos ciudadanos desfavorecidos lo que ha motivado determinadas actuaciones que ahora nos parecen injustas y que queremos hacer que paguen aquellos a los que queremos hacer responsables.
¿Acaso no puede ocurrir que nosotros estemos pagando aquella insensibilidad que tuvimos? ¿Nadie se ha parado a pensar que esta crisis no sólo es una crisis motivada por la actuación de unos pocos, sino por la actuación de una sociedad entera que ha perdido los valores que le llevaron a alcanzar sus metas?
Da la impresión de que cuando la sociedad occidental de la Edad Moderna alcanzó el objetivo de derrocar a los monarcas absolutos, conquistó la democracia y el Estado del Bienestar se olvidó de que además de existían otras sociedades que no habían alcanzado tales cotas. Y no sólo se olvidó de ello, en lugar de promover que las alcanzaran se hizo todo lo contrario, condenando a millones de personas a la muerte, a la pobreza y a la miseria. Los lugares habitados por esas sociedades menos desarrolladas han sido y son escenarios de guerras, se han explotado y se explotan de forma indiscriminada, hemos puesto y quitado a sus gobernantes a nuestro antojo, los propios integrantes de esas sociedades han sido y son sobreexplotados… y ahora que vemos como todo eso se traslada a nuestro propio territorio nos rebelamos. Y con razón. La cuestión es ¿por qué dejamos de rebelarnos si no logramos conseguirlo para todos?
Después de esta larga reflexión mi conclusión está clara. El poder absoluto no ha dejado de radicar en nosotros, lo que ocurre es que percibimos que no lo ejercemos de una forma directa, y es cierto. Sin embargo, nadie nos lo ha quitado, hemos sido nosotros, con nuestras decisiones los que de una manera inconsciente y egoísta (al fin y al cabo el egoísmo radica en nuestra propia naturaleza humana) hemos ido sustituyendo los órganos que adoptan las decisiones, trasladando el poder del parlamento a los mercados, con una dramática consecuencia: en los mercados las minorías no tienen voz alguna. Otra dramática consecuencia de todo esto es la que ha tenido lugar en países como Grecia e Italia, donde los ciudadanos han visto como los dirigentes que ellos habían elegido directamente han sido sustituidos por otros que no lo han sido. Este pernicioso efecto, que tiene su origen en la propia sociedad, origina a su vez una reacción social de rechazo, con revueltas y disturbios que denotan que la propia sociedad es incapaz de diagnosticar adecuadamente la génesis de sus problemas.
Esperemos que si de nuevo se da una revolución social, aunque su origen se encuentre en la sociedad misma, esta vez no se deje de luchar antes de tiempo y se luche hasta el final. Ya estamos hablando en términos utópicos, pero un escritor francés escribió: “La utopía es el principio de todo progreso y el diseño de un futuro mejor.” Que ese mundo, que para algunos es utópico, nos mueva a luchar por algo mejor, pero para todos. Yo lucho.
Esto me hace recordar un trabajo de econoce tría que hice donde relaciono la probabilidad de que estallen disturbios con la subida de ciertas materias primas, como el trigo, de hecho los disturbios del norte de África se iniciaron por la brusca subida del precio de los cereales que provienen de Rusia debido a la sequía.
Por otro lado la idea del libre comercio como fuente de riqueza definida por Adam Smith en su libro la riqueza de las naciones ha muerto. Los países occidentales no son productivos, no existe intercambio, somos meros compradores y todos los países de nuestro entorno (salvo Alemania) tenemos balanzas comerciales negativas. Resumiendo cada vez los ricos son mas pobres y los pobres mas ricos, en breve no seria de estrañar un nuevo orden mundial. Prueba de ello seria entrar en una casa por ejemplo de un sindicalista que clama por NO cerrar cualquier industria o fabrica española y ver realmente que productos compra él… Si imponemos protección social a los trabajadores pero importamos sin restricciones productos de países donde sus normas laborales son ilegales en España, es ilegal ser Productivo, no tenemos nada que hacer que volver a un proteccionismo pero claro… Tenemos un déficit energético enorme así que aunque quisiéramos no podríamos. Negro futuro nos aguarda.
Me lo he leído por encima, debo reconocer, porque no tengo ánimos para lectura profunda, pero aún así, me atreveré a hacer un par de valoraciones.
No hay que desfigurar y manipular el concepto de ser libres. Si a mí me dan a elegir entre una manzana reineta y una golden, no estoy escogiendo libremente qué tipo de manzana quiero, sino sólo cuál de las dos que me ofrecen prefiero. Nuestras «democracias» se han convertido, muy particularmente en España, en oligarquías en las que se nos permite escoger dirigentes, sí, pero sólo de los que la propia oligarquía nos deja. Ahí se acaba nuestra libertad. Nadie nos deja poner en cuestión las bases de la sociedad «libre» en que vivimos. Y eso da buena muestra de lo libre que es.
Respecto a los mercados, no son un ente abstracto, está claro. No deja de ser curioso cómo el capitalismo ha sido capaz de crear un monstruo colectivo igual que el comunismo, y con resultados más o menos igual de desastrosos. El problema aquí, desde mi punto de vista, radica efectivamente en cada uno de nosotros, que hemos posibilitado que la oligarquía que controla el mercado nos controle a todos. Y eso porque hemos abandonado el ideal humanista. Porque hemos dejado que se convierta al hombre en una máquina de crear, de producir. Porque el objetivo de los Gobiernos ya no es que sus ciudadanos vivan bien, que se desarrollen como personas. Es que la economía crezca, que el déficit caiga. Y porque nosotros mismos no vivimos para disfrutar la vida; vivimos para trabajar, conseguir dinero y tratar de comprar con ese dinero el «disfrute» o la «felicidad». Y como resulta que la economía no puede crecer de forma eterna, y que todos no podemos tener al mismo tiempo todo, la frustración queda asegurada.